Con algunos años en la mochila pude por fin visitar la ciudad eterna. Cosas de trabajar toda la vida, tener hijos y eso. El caso es que frente a los tribunales de Roma, en la Piazza de Montecitorio, de camino al Panteón, me encontré con un asentamiento ocupando la misma plaza, próximo al cuartel de los Carabinieri. Imaginen la estampa. Roma. Su historia. Fachadas monumentales. Y entre todo el glamour, unos pobres ciudadanos, abandonados, la mayoría en silla de ruedas, del Cívico 117a F.lli Biviano, limosneando ser atendidos por las autoridades y los políticos, o al menos ser recibidos y escuchados.

Sin entrar en el fondo de sus reclamaciones, sí pude, en mi regular italiano, platicar durante unos instantes con ellos para mostrarles mi solidaridad como conciudadano de esta Europa cuyos problemas nos afectan, en mayor o menor medida, a todos, en cualquiera de sus rincones. La cuestión en si, dejando a un lado sus propias enfermedades, de dificil curación y con mal desenlace, es la indignación que les asola por no encontrar políticos que muestren la cercanía o el interés por los problemas reales de los ciudadanos. Hoy puede ser una enfermedad de las llamadas ´raras´, o mañana un desahucio.

En toda Europa corre como la pólvora la ausencia de credibilidad y la escasa confianza en la clase política. Sobre todo en el sur. Lo viví de primera mano en la Plaza de la Revolución de Bucarest, donde los habitantes de Pungesti permanecían en huelga de hambre a consecuencia del envenenamiento de las aguas de su pueblo a consecuencia del fracking de las empresas gasistas. En Italia, en Grecia, en Portugal, y como no, también en España.

La desesperación de los ciudadanos solo es recogida por aquellos que incardinados en el sistema y aprovechando la angustia humana, aparecen como salvadores desde los movimientos antisistema. Italia tiene su Beppe Grillo por la izquierda, Francia su Marine Le Pen por la derecha. En España, tambien tenemos nuestro mesías. Tres meses de cocción, un poco de televisión y un mucho de financiación bolivariana fueron suficientes para que Podemos recogiera la angustia y desesperación de aquellos a los que los grandes partidos no han sabido escuchar. No es una opción política. Es el vacío. El grito de los olvidados.

Frente al vacío y los extremos, los ciudadanos solo tenemos una posibilidad, que es casi una obligación. Participar realmente de la vida pública, reforzar las instituciones, y aportar. Si no cambia la clase política, si los grandes partidos no resuelven los problemas reales de los ciudadanos, es el momento de tomar protagonismo como sociedad, coger el mando y, todos unidos, apostar por cambios de futuro. No desde los extremos, sino desde nuestras propias conciencias y desde nuestra participación directa en la vida pública.

Así me lo propongo personalmente y así me gusta transmitirlo a mis vecinos y conciudadanos. Hay alternativa. Pero no aquella que pretende aprovechar el sufrimiento ajeno, sino aquella que pretende una regeneración democrática seria y duradera. La de la España de los ciudadanos libres e iguales. No destruir, sino construir. Esto es posible. Con hombres y mujeres dispuestos a llevar a cabo con su trabajo un cambio profundo en las instituciones. Ciudadanos, al fin y al cabo, que desde las nuevas opciones políticas vengan a servir, y no a servirse, es decir, a participar y no a medrar y hacer carreras personales que destruyen la esencia de la democracia y alteran el fin instrumental que nuestra Constitución otorga a los partidos políticos como cauce de la participación política de los ciudadanos. Solo así los políticos serán valorados como verdaderos servidores públicos.