Cuando una pareja se resquebraja, cuando la confianza se rompe hay dos opciones: puedes acudir a terapia y hablar de lo que os une para intentar olvidar las diferencias, o puedes estar permanentemente de mal humor y dejar que pase el tiempo, como si todo se fuera a solucionar porque sí. Porque no te puedes imaginar tu vida sin esa persona, porque te parece imposible que, después de convivir durante años, de haber compartido grandes y épicos momentos y de haber tenido hijos, todo se pueda ir al traste. Y da igual que tu pareja te haya dicho por activa y por pasiva que quiere separarse, que la escuches, que ya no te quiere. Todo da igual, porque prefieres no hablar. Si no se menciona, no existe. Esa es tu teoría. Pero llega un día en que tu pareja se cansa, da un portazo. Entonces vuelves a tener dos opciones: puedes volver a hablar e intentar llegar a un buen acuerdo de separación, que os permita a los dos rehacer vuestra vida, o puedes patalear, llenarte de orgullo y demandarla por abandono de hogar. ¿Les parece razonable? A veces las cosas son simples. Da igual que hablemos de parejas o de Cataluña.