En España hay más de 1.900 imputados por corrupción. Redondeo a 2.000 por si hay otra operación policial con cien detenidos entre que escribo esto y se publica. 2.000 es un número que impresiona. 6.000 de los 8.116 municipios españoles tienen menos de 2.000 habitantes.

2.000 personas. Si fueran futbolistas no habría partidos de primera división, ni de las segundas. Si fueran merinas harían un impresionante rebaño de ovejas negras. El domingo pasado, 2.000 ovejas merinas cruzaron Madrid en la fiesta de la trashumancia y las imágenes del atasco lanar dieron la vuelta al mundo.

Una oveja no hace rebaño como una golondrina no hace verano y un imputado por corrupción no hace sistema pero 2.000, sí. Cuando en las tertulias se habla del ´modelo de Venezuela´ frunciendo la nariz no pienso que ese modelo huela bien sino que el mundo puede hablar del ´modelo España´ para referirse a la corrupción generalizada y ponerse mascarilla. Nosotros estamos acostumbrados al olor a cañería porque la corrupción va de parte a parte, habla todas las lenguas del Estado sin excepción o hecho diferencial. La familia de Jordi Pujol llevaba dinero al paraíso fiscal andorrano custodiada por la guardia civil.

La corrupción es ´marca España´, una cosa de la que se ha dejado de hablar. ´La marca España´ era un intangible que precisaba tantos cuidados que recordaba la doncellez o el honor calderoniano. Todo la manchaba, perjudicaba o hería. Mientras se estrangulaba a este pueblo con la crisis y se le apuñalaba con recortes, una huelga, una acampada o un escrache eran fatales para la marca España. ¡Qué iban a decir fuera! La Marca España es una política de Estado, fundamentalmente económica, que nos promociona en el mundo. Aún existe. Su página web presenta al fallecido Emilio Botín como «un gran embajador de la marca España». Otro imputado.