¿Se está muriendo la izquierda? Eso es lo que piensa Manuel Valls, por eso propone enterrar el nombre del Partido Socialista francés y crear una «formación política pragmática común a los progresistas». Pedro Sánchez no quiere que se toquen las siglas del partido que dirige, con el permiso de Susana Díaz, desde hace unos meses. Aunque hace lustros que abrazaron el liberalismo, los dirigentes del PSOE siguen sintiéndose cómodos electoralmente con un nombre que apela a su esencia obrera. A nadie se le escapa, sin embargo, que las perspectivas electorales para el PSOE no son de momento nada buenas y que otra debacle electoral pondría al partido al borde del precipicio, es decir, ante una situación semejante a la que vive hoy el Partido Socialista francés.

Los comunistas españoles, por su parte, se tuvieron que reinventar, tras una notoria lucha contra la dictadura pero un imparable declive electoral posterior, en Izquierda Unida. Una coalición de fuerzas, de corte socialdemócrata, que agrupaba también a socialistas desencantados, republicanos y militantes de izquierda en general, y que buscaba ocupar el espacio que el PSOE deja a su izquierda, sobre todo cuando gobierna. A juzgar por las encuestas, pese a subir en votos, la formación que pronto dirigirá el joven Alberto Garzón, corre el riesgo de verse zarandeada seriamente por la irrupción de Podemos.

Podemos, curiosamente, que llega virgen y con un pasado tan reciente que se confunde con el presente, se propone, a pesar de ser acusado de antisistema y devorador de niños crudos, ocupar el centro para ganar las elecciones. Hace tiempo que Iglesias viene insistiendo en que su propuesta no tiene tanto que ver con la división política entre ´derecha´ e ´izquierda´ como con la dicotomía entre ´democracia´ y ´dictadura´, entre ´oligarquía´ y ´ciudadanía´. Así que esta nueva formación política, surgida del 15M, se ha propuesto evitar las etiquetas políticas y convertirse, según sus fundadores, en una ´organización transversal´, de amplio espectro ideológico. Pese a ello, Podemos se ha integrado en el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea, dentro del Parlamento Europeo.

El último bombazo es que una encuesta de El País sitúa a la formación de Iglesias como la fuerza más votada. Nunca antes una formación procedente de la izquierda había puesto en jaque la hegemonía socialista. Queda por saber si de aquí en adelante debemos seguir considerando a Podemos dentro del arco ideológico tradicional de la izquierda. Lo que depare esta nueva experiencia política, llena de esperanzas para muchos pero también de incertidumbres para otros, constituye una incógnita. Sobre todo en el juego de las alianzas futuras, que se intuyen necesarias para formar mayorías y gobernar.

De momento, lo menos que se puede decir es que la izquierda anda revuelta, y que el viejo sueño de la derecha de dejar atrás la dicotomía ´derecha/izquierda´ vuelve a estar de actualidad, en la medida en que, aunque sea por razones distintas, una parte de esa izquierda lo está haciendo suyo. Mucho más, desde luego, en la forma que en el fondo. Porque las causas que la motivaron están más presentes que nunca. Nociones como democracia, libertad o igualdad; la defensa de los más débiles, la lucha contra las injusticias, el derecho a un trabajo y una vivienda dignos son reivindicaciones que forman parte indisociable del ADN de lo que siempre ha sido la izquierda y de lo que, en mi opinión, debe seguir llamándose izquierda.

Alguien se imagina dejar campar a sus anchas al capitalismo, esa máquina loca, que, como acertadamente la define Laurent Joffrin, crea riqueza pero oprime a los débiles y destruye el planeta. En las circunstancias actuales, inmersos en una crisis económica de impredecibles consecuencias, cuando el dinero todo lo manda, la izquierda resulta más necesaria que nunca. Otra cosa es que organizaciones que se autoproclaman de izquierda se encuentren en crisis. Que principios elementales hayan sido traicionados, o que incompetentes o corruptos hayan gobernado en su nombre.

En cualquier caso, sigo coincidiendo con Joffrin en que más que un voto o una organización, la izquierda es ante todo un grito de protesta, «un sentimiento elemental, un rechazo instintivo de la injusticia». Y eso, llámese como se quiera, no morirá nunca.