Ahora que ando inmerso en la educación de dos niños casi a tiempo completo, me empiezo a dar cuenta de las enormes estupideces que comentamos los padres cuando hablamos de nuestros hijos. Creo que algunos padres tratan de resarcirse de sus frustraciones personales cuando exhiben las particularidades de cada uno de sus vástagos; «Tengo un hijo/a muy listo. Es el primero de la clase», dice alguno. «Con su inteligencia podrá hacer lo que quiera», esgrime otro; «Está hecho para ser un deportista de primera», añade el de más allá. Seguro que todos lo hemos oído en algún momento, no hace tanto. El problema viene cuando nos regodeamos de las supuestas virtudes de los niños/as, pero poco decimos de la capacidad de trabajo que les debemos inculcar en el día a día. Un niño forja su destino a base de esfuerzo, método y sacrificio, porque debe ser consciente desde el principio que las cosas cuesta trabajo conseguirlas, sea lo que sea. La inteligencia, el físico o la intuición no son suficientes en la vida. Seamos más conscientes de eso y a todos, sobre todo a nuestros hijos, nos irá mejor.