El ébola ha marcado la agenda informativa y preocupa a todos los ciudadanos.

Una vez más, un cúmulo de despropósitos ha ocasionado que una situación controlada se escape de las manos del personal técnico por impericia, por desconocimiento o por imprudencia. Ha sido la clase política ´poco responsable´ la que inicia este proceso en un ataque de patriotismo, ante la mirada incrédula del resto de los Gobiernos de su entorno.

No podemos hacer otra cosa que echarnos las manos a la cabeza si lo que ocurre es que, como país, no tenemos personal que esté preparado para este tipo de contingencia. Tampoco tenemos un hospital de titularidad pública estatal que pueda hacerse cargo de estas patologías con toda seguridad y con los medios necesarios como para que la contención sea eficaz.

Afortunadamente, la capacidad de transmisión del virus es de las más bajas frente a otras patologías igual de graves como son la Hepatitis C o el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Pero claro, con un patógeno de este tipo nunca se sabe cómo va a mutar y cuándo cambiará su estructura para hacerse más letal en su transmisión.

Ahora, solo queda remediar todas las deficiencias observadas: Que si un rediseño del protocolo del personal en contacto con enfermos de ébola, que si sistemas especiales de contención, que si un aumento de la información a la población... Y un largo etcétera ya advertido por los profesionales desde que se produjo el primer traslado en el mes de agosto. De poco ha servido.

De aquellos polvos, estos lodos. De una política de recortes que ha afectado a todo lo público, sin excepción, se deriva una sanidad más débil que, si nos descuidamos, puede estar mortalmente herida si no escapa de las manos de los políticos poco competentes que la gestionan.

No ponemos en duda la conveniencia de la decisión del Ejecutivo de Mariano Rajoy de repatriar a los enfermos, pero sabíamos que implicaba un grave riesgo. Se debería de haber dispuesto de todos los medios necesarios y que tienen un coste elevado. Establecer unos criterios de cuidados, tratamientos adecuados y sistemas de contención eficaces que evitaran que la población pudiese sufrir el grave episodio de desinformación y temor a lo desconocido que estamos viviendo hoy día.

Otras soluciones también eran posibles y han sido adoptadas por otros países que han visto cómo sus compatriotas enfermaban y algunos de ellos sanaban.

Lo advirtió Baltasar Gracián: peor que quien no quiere oír, es aquel que por una oreja le entra y por otra le sale.