Perdone que le moleste pero, se nos va acabando el tiempo de los gintónic de Seagram´s, las chanclas de dedo y la media de chopitos. Empieza la carrera por el ascenso en el trabajo. Hay que comprarse pantalones de una talla más, ir a pelarse (a la peluquería sólo van los tiernos), y lo más importante: llegar el primero a la oficina o lugar de trabajo con una sonrisa de oreja a oreja. (menos Gareth Bale)

Si usted, querido lector, visto lo visto tras el verano, que ya ni las avionetas tiran balones de Nivea, aún se siente con la moral alta y quiere ser alguien en esta vida, ha de asegurase de tener cerca suya a cuatro personajes imprescindibles, distintos y distantes entre si. A saber: un alcalde, un intelectual, un idiota y un cura.

Déjenme que les explique, que hoy me he levantado más cariñoso que la querida de un ministro y me voy a permitir la licencia de asesorarle medio en serio para ayudarle a medrar. Fíjese si me he venido arriba con esto del final de agosto, que filosofar en modo neardenthal me lo tomo como un pasatiempo. De tanto batir neuronas a punto de nieve en mis tiempos de ocio, lo he convertido en negocio. Seré más cansino que un psicólogo argentino, pero vamos por partes, como decía Jack el Destripador:

Primero: necesitará de los servicios de un alcalde, no para que haga una llamadita a su jefe, que sería lo más fácil, sino para que le vean paseando por la calle con él. Que el común de los mortales les contemple cómo ríen juntos, cómo se transmiten complicidad, autosuficiencia, seguridad. Todo esto, más pronto que tarde, llegará a oídas de su superior y le mirará de otra forma, con más cariño si cabe, le irradiará la ternura que sólo da un padre a un hijo bastardo. No habrá displicencia, habrá amor verdadero.

Segundo: la compañía del intelectual. Es importante que se estudie las frases lapidarias y sin sentido que suele soltar un pensador a lo largo del día. Un erudito medio lelo es igual que un jarrón chino en el comedor: no sirve absolutamente para nada, no te da de comer, no aporta beneficios, no te ayuda a ligar, pero...querido amigo, llegado el momento, te puede ayudar a escribirle al jefe una frase mítica en un post-it del micro-ondas de la oficina. No se engañe y le quite la importancia que merece. Una frase épica en el momento preciso puede ayudar a ganar una batalla. Puede ser la opción ante el ascenso que se avecina.

En tercer lugar, y no menos importante, está el idiota. Lo se, los hay a espuertas, a raudales, pero tómese su tiempo en elegir el suyo. El atontao le será muy útil a la hora de echarle la culpa de sus fallos o incompetencias. Pero, cuidado, por muy imbécil que sea su jefe, a él no podrá inculcarle sus errores en modo supositorio.

Por último, usted necesitará un cura, ya sea creyente o más ateo que un cenicero de pie. El sacedote hará lo posible por salvar su alma de los fuegos esos de abajo en el momento que usted haya cambiado los polvos vivientes en polvo eterno. Imagine que le han ascendido y que a los dos meses la empresa se va al carajo, su mujer se larga con el del sexto y su hija se mete en una secta. Lo más normal es que usted se quite de enmedio, y ahí es donde va a necesitar los servicios del representante divino.

Hágame caso, ascendido en su trabajo o descendido en la liga como el Murcia, viva la vida y alégrese de estar aquí. No me refiero a la vida con mayúsculas, me refiero al tiempo que transcurre desde que se levanta hasta que se acuesta. Créame, no es gratis y llegará un día en el que falte usted o alguien muy querido y se arrepentirá de no haber sido más cariñoso con él o ella.

Si tuviéramos que definir nuestra existencia, la suya y la mía, partiendo de una definición abstracta o abyecta hasta conseguir algo más tangible, la podríamos resumir en cómo es la interacción diaria con todo aquello que nos rodea, pero muy especialmente con el prójimo, ya sea amigo o extraño. Ya sea un afilador , un tendero, un asesino, el vecino o la dueña de una licorería.

Al fin y al cabo todo se traduce en el amor que profesas, en el cariño que das, hacia tu mujer, marido, compañera, pareja, mascota o una planta de interior. En los actos de ternura, en definitiva, en los pequeños gestos. Nadie te recordará por el tabaco que fumabas, lo harán por cómo tratabas a los demás. Y esos demás, querido amigo, son las personas que tiene usted a su lado, las que forman su mundo. Son las que realmente le deben de importar.

Un gesto, una caricia, una llamada de teléfono, un whatsapp, lo que le salga de la cisterna pero que le llegue al destinatario a lo más hondo. Hágame caso, no se arrepentirá.

Aunque, no se engañe, la vida se resume, para los que tenemos la suerte de haber llegado a peinar canas, en sólo dos días. El primero lo consumimos en conocerla, el segundo lo utilizamos en su totalidad en intentar entenderla. No se crea que es tan fácil, amigo. Muchas personas a las que quiero y respeto, aún siendo mayores, no han conseguido entender la existencia humana. No han sabido ser felices. No se trata de ser más que nadie en el trabajo o en el deporte. Se trata, al fin y al cabo, de ser mejor persona, de disfrutar al máximo con la gente que ves a diario y para ello no hay nadie imprescindible. Ni curas ni alcaldes ni lelos ni intelectuales. Sólo la familia y los amigos.