Un amigo con el que suelo ir al cine, pero cuyos gustos al respecto continúan siendo inclasificables por decirlo suave, me insta a que no me pierda por Filmin La segunda mujer. Al no tener mayor referencia, me meto a ciegas. Se trata de una peli que inauguró la sección Panorama Berlinale en 2012, ópera prima del director turco Umut Dag, criado a los pechos de Michael Haneke en la Escuela de Cine de Viena. Como ahora ya sé lo que le llamó la atención, animo a los que pueda entrar en sus cálculos verla que dejen de leer porque no tengo más remedio que contar de qué va ya que es la clave del interés con el que me fue recomendada y a mí, desde luego, me da cien patadas. Si quieren pueden decir en el quiosco que les devuelvan la aparte alícuota, a ver si tienen suerte.

La cinta cuenta la historia de una mujer con cáncer que vive con su gente en Viena y que casa a uno de sus hijos en la Turquía profunda por dos razones: porque es homosexual y porque con quien en realidad va a unir a la novia es con su marido a fin de prever la continuidad del núcleo.

El problema es que, como las duras son ellas, el que se muere es el marido, lo que unido a otros imprevistos pone en solfa el plan. A mi amigo le llamó la atención la curiosa forma de sacar a la luz esa mentalidad kurda con su carga religiosa porque no ha visto Nacidas para sufrir, del cineasta de Pilar de la Horadada Miguel Albaladejo tres años antes, en la que, ante el temor de que la metan en un asilo para quedarse con la casa, Petra Martínez, que encarna a la tía Flora, decide en un pueblo cañí que la solución para asegurarse que la cuiden es casarse con Adriana Ozores, su asistenta de siempre Purita. No hace falta que les diga la que se formó. Es lo bueno de las religiones: que todas tienen lo suyo.

Y nosotros, por muy poco kurdos que nos creamos, lo nuestro.