La doble canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II responde a una iniciativa del Papa Francisco para reconciliar las dos corrientes existentes en la Iglesia: una progresista y otra conservadora.

Juan XXIII representa a la Iglesia del diálogo ecuménico y macroecuménico. En su pastoral sobresale la opción por los pobres y cuantos sufren y el compromiso con la paz, dejándolo reflejado en su encíclica Pacem in terris. Dirigentes de todas las religiones reconocen en este hombre a un profeta enviado por Dios para reconciliar al mundo. Líderes políticos, creyentes y no creyentes, valoran el gran aporte del ´Papa Bueno´ a la humanidad.

Impulsó la renovación de la Iglesia con el Concilio Vaticano II que, sin duda, es el concilio pastoral más importante en la historia de la Iglesia. Insistió en que la misión de la Iglesia es ser testigo de los valores del reino de Dios, para humanizar este mundo. No condenó nada ni a nadie. Hizo más énfasis en la ortopraxis que en la ortodoxia. Juan XXIII fue un hombre de profunda fe en Dios. En Él puso toda su confianza.

Fue un hombre conciliador. Decía: «Fijémonos en lo que nos une, no en lo que nos separa». En él sobresale la bondad, la dulzura y la acogida, encarnando los valores del Evangelio reflejados en las bienaventuranzas de Jesús.

Encontró resistencia en no pocos miembros de la Curia romana. Sufrió por ello. Pero como él dice, en la oración encontró la fuerza para hacer frente a todos los obstáculos con la certeza de que es el Espíritu de Dios quien lo conduce. Hoy el Papa Francisco nos recuerda a este ´Papa Bueno´, que tras largo tiempo de involución eclesial, busca reorientar el rumbo de la Iglesia por el camino del Evangelio de Jesús.

Juan Pablo II es un Papa antagónico a Juan XXIII. Sin duda, fue un hombre coherente consigo mismo y sus principios religiosos y uno de los personajes más carismáticos y populares de los últimos tiempos. Su ministerio al frente de la Iglesia católica ha sido uno de los más largos de su historia. Tal vez a eso sea debido su fuerte incidencia en la vida eclesial y social, junto con sus dotes de comunicador.

En Juan Pablo II resalta el poder y la firmeza, la supremacía de la ortodoxia sobre la ortopraxis y la exclusión de lo diferente. Su origen polaco y la experiencia vivida durante la dictadura pro-soviética le condicionó notablemente, hasta tal grado que llegó a mirar el mundo desde este prisma. De cara a la sociedad defendió los derechos humanos, pero al interior de la Iglesia ejerció un autoritarismo medieval, potenció el centralismo romano, condenó a notables teólogos y obispos. Conformó una Curia romana que, posteriormente, se vio involucrada en actos de corrupción. Ocultó la pederastia tal vez para evitar poner de manifiesto los pecados de la Iglesia. Tras su muerte quedó una iglesia dividida debido a las tensiones internas. Sus limitaciones no restan su sinceridad y santidad.

El Papa Francisco, reconociendo la diversidad y el pluralismo existente dentro de la Iglesia, en aras de la unidad en la diversidad, opta por canonizar a estas dos figuras, al mismo tiempo que hace una llamada a vivir el ´Evangelio de la Alegría´ en un mundo tan amenazado por la desesperanza, la división y la tristeza.