El otro día vi una de esas películas de prometedor punto de partida pero de resolución decepcionante. Se titulaba El enigma del cuervo y proponía una variación sobre la realidad partiendo de las extrañas circunstancias que rodearon la muerte de Edgar Allan Poe. En la película de James McTeigue, el mítico escritor americano termina sus días salvando a su amada tras verse inmerso en una delirante intriga orquestada por un asesino en serie demasiado convencional. Pero lo cierto es que la realidad es mucho más apasionante. Edgar Allan Poe murió a causa de la cogorza más grande jamás contada. Estaba tan borracho que al principio nadie supo que era él y de hecho, estuvo delirando durante días sin poder recuperar el juicio durante un solo minuto y explicar así, cómo había llegado a ese lamentable estado. Poe ya tenía mala fama. Le gustaba beber demasiado y también hay quien dice que le daba a otras drogas menos ´blandas´.

El caso es que las teorías sobre la muerte de Poe han sido variadas y de lo más pintorescas. Probablemente no fuera más que una desmedida borrachera lo que le llevó a la tumba pero no han faltado elaboradas „y presuntamente serias„ hipótesis que hablan de suicidio y conspiraciones varias. Además, Edgar Allan Poe fue enterrado, como si diera vergüenza, en la parte de atrás del cementerio de Westminster, en Baltimore, en una tumba sin lápida hasta que su fama se disparó y fue exhumado y vuelto a enterrar en un lugar más acorde con el autor de El cuervo. Dos días después de su muerte un tal Ludwing firmó un obituario sobre el escritor que después resultó ser su más rencoroso antagonista quien además terminó publicando su primera y nada complaciente biografía. Por si todo esto fuera poco, durante siete décadas cada 19 de enero (el día que murió Poe) un hombre misterioso penetraba en el cementerio de Westminster en mitad de la noche y depositaba sobre la tumba del escritor tres rosas y media botella de coñac. Nunca se supo quien fue ese misterioso hombre de abrigo largo y bastón de empuñadura dorada.

Solo hasta aquí estarán de acuerdo conmigo que la vida, y sobre todo la muerte de Poe, dan para mucho más que una facilona intriga de asesinos en serie. No obstante Edgar Allan Poe ha gozado de más suerte en el cine que el otro grande de la literatura del terror americano, H. P. Lovecraft. Entre los aficionados al género es de obligado visionado y reconocido entusiasmo la serie de películas que sobre la obra de Poe filmó Roger Corman. Pero aún así, no se ha logrado hilvanar con acierto aún la vida y la ficción de Edgar Allan Poe, a pesar de que hay ingredientes de sobre para hacerlo. Poe es un autor tan atractivo y de probado éxito comercial que parece que con tan sólo invocar su nombre las ganancias comenzarán a caer del cielo pero parece que está claro que las cosas hay que hacerlas con un poco de templanza y de conciencia de lo que se hace. Dos aspectos, templanza y conciencia, muy poco frecuentes y difíciles de encajar en un medio tan complicado como el cine.