Hace ya un tiempo leí un artículo de Juan Manuel de Prada que venía a decir que leer a toda costa, fuera el libro que fuera, no era la práctica más recomendable. Decía De Prada que, a tenor de la extensa oferta literaria existente, era una decisión poco práctica empeñarse en terminar un libro que no te atrapara en sus primeras páginas. Creo que tenía buena parte de razón. También creo que hay ciertos libros que hay que leerse sí o sí aunque puedan resultar un ladrillo. Pero no es menos cierto que empeñarse en leer un libro cualquiera que no nos está aportando nada desde el principio es un empeño cuando menos arriesgado. A veces vale la pena, pero no siempre.

A mí, hace tiempo me sucedió todo lo contrario. Se publicó en 2009 a bombo y platillo la secuela oficial de Drácula (1897) con el añadido de que uno de sus autores era Dacre Stoker, es decir, el sobrino-biznieto de Bram Stoker. Es cierto que aquello olía a estrategia publicitaria a la legua, pero un fanático del terror clásico como yo no se podía resistir. Pero debajo de Stoker, en letras mucho más pequeñas, lo acompañaba el nombre de Ian Holt, este sí, un renombrado historiador americano experto en la figura de Drácula. Es decir, daba la impresión de que el libro lo escribió Holt bajo la alargada sombra del apellido Stoker que era, obviamente, el principal reclamo publicitario.

La propuesta de Drácula. El no muerto „que es como se titulaba la novela„, era terriblemente interesante sobre el papel. Los mismos personajes que supuestamente mataron al mítico vampiro comienzan a tener fundadas sospechas de que Drácula ha vuelto. Además, el relato tenía el acicate de cruzarlos con legendarios personajes reales como Jack el Destripador o Isabel Báthory, más conocida en sus ratos libres como la condesa Drácula, un personaje real que gustaba bañarse en la sangre de sus virginales sirvientas para conservar su juventud.

El libro empieza muy bien. Es verdad que la obra destila un nada disimulado empeño por ofrecer un bosquejo lo más certero posible que facilite, en la medida de lo posible, una próxima adaptación cinematográfica (de la que por cierto, todavía no tenemos noticia) pero yo también sabía que no estaba leyendo un clásico universal. La novela, de 432 páginas (sin contar con un anexo de textos manuscritos de Bram Stoker) avanza muy bien. Stoker, Holt, o los dos, saben cómo ir creando un creciente suspense en torno a la figura de Drácula que se hace desear. Los hechos se van sucediendo y cada vez ocurren cosas más extrañas. Nadie pone en duda que detrás de todos los inquietantes acontecimientos está el inmortal vampiro. Pero entonces, ocurre algo inesperado. Drácula hace acto de presencia y de forma trágica y radical el libro deja de resultar interesante. ¡Era increíble! Cuando el principal reclamo de la obra se personificaba, la novela se volvía aburrida, disparatada y absurda.

Describir a Drácula como un dragón alado surcando Londres era caricaturesco. Pero lo peor era que toda la tensión y el suspense que se había estado creando pacientemente durante más de cuatrocientas páginas se evaporó. Tanto, que a falta de cincuenta páginas para terminarme el libro lo dejé. No me importó en absoluto. Me estaba aburriendo soberanamente.

Drácula. El no muerto, no sólo había sido escrito pensando en una inminente adaptación cinematográfica sino que además había tomado como principal referente la popular película de Francis Ford Coppola Drácula de Bram Stoker. Mal hecho, porque la película de Coppola es, lo primero de todo, un desconcertante ejemplo de cómo aunar en un mismo largometraje momentos verdaderamente brillantes con otros absolutamente lamentables. Y segundo, el film de Coppola es seguramente una de las adaptaciones menos fieles que haya conocido la novela de Stoker.

Coppola convirtió a Drácula en un lacónico don Juan en busca de su amor eterno cuando el libro original de lo que habla es del mal. Del mal inoculado y presente en la sociedad, tanto en la del Londres victoriano „cuando se escribió la novela„ como en la actual. De ahí su universalidad.

Por esto mismo el Drácula de Stoker ha pasado a la historia Y por esto mismo el libro de Stoker y Hotl y la película de Coppola, no pasarán de resultones caprichos de la maquinaria comercial de finales del siglo XX y principios del XXI.