Que el cerebro de la mayoría de los seres humanos es el arma más mortífera que existe no se le escapa a casi nadie. Y aunque todos sabemos el bien que es capaz de hacer „ahí está la historia de la humanidad para demostrarlo a través de un sinfín de manifestaciones científicas o artísticas„ hoy me permito estas líneas para hacer referencia al enorme daño que ´el coco´ causa en nuestras insignificantes vidas. Y en las de los demás, claro está, especialmente en las de aquellos con los que convivimos a diario.Esta visión de una realidad con aspecto engañoso, a la que desnudé en un momento determinado de mi vida, es una constante desde hace algunos años y en previsión de que el paso del tiempo me impida recordar en un futuro lo que ahora creo tener claro, redacto este texto, y si de paso hago reflexionar un poco a los que invierten su tiempo en leerme, mejor que mejor.

Para poder afrontar con garantías una posible solución a lo que planteo, lo primero es reconocer que tu cabeza no rige como debiera. Y no me refiero a padecer una enfermedad mental diagnosticada por un psiquiatra, sino, sencillamente, a darte cuenta de que si le otorgaras un respiro a tu vida parando esa espantosa máquina de producir pensamientos llamada cerebro, en ese instante serías un mucho más feliz. Pero no es nada fácil, de hecho, lograrlo en plenitud sería alcanzar el ´nirvana´ algo que, según parece, solo unos pocos han logrado. O quizá no, quién sabe, tal vez existen muchas personas que dejan en stand by su mente y se sienten más dichosos. Ojalá. Pero, a lo que voy.

En mi caso, el ´culpable´ de que goce de ventura y calma, como decía Espronceda, en determinados instantes „y digo esto porque no estoy a la altura de apuntar que la cosa dure más que unos fabulosos segundos fugaces„ es mi mejor amigo, Ángel García. Él fue quien, sin empeño, solo con la fuerza de arrastre que da el amor que le tienes a alguien, logró que, una noche cercana al verano, el que suscribe, saliese de un fango que hubiera hundido sin remisión al mismísimo Buda. Y es que, mis queridos amigos, la mente es traicionera, burlona, caprichosa y mendaz hasta decir basta. «¿No notas el fuerte olor a mendacidad que hay en esta habitación, hijo?», le decía un maravilloso Burl Ives a Paul Newman en la inolvidable La gata sobre el tejado de zinc. Pues así es la habitación fea de la materia gris que proporciona grandes pensamientos a la existencia humana: mendaz. Y nosotros, que lo sabemos, nos dejamos seducir por sus disfraces. Qué lástima.

Ángel, nunca te agradeceré lo suficiente tu desinteresada ayuda. La primera consecuencia de dejar quieta la tuneladora en cuestión, es doble: la ausencia total de conflictos y la presencia completa. Explicar estos conceptos desde una perspectiva teórica resultaría tedioso, además de que no soy precisamente la persona más indicada para ello; por lo tanto, me inclino a pensar que el asunto no reviste ninguna duda y solo me atrevo sugerir que, si no piensas de un modo indiscriminado, no hay lugar para el sufrimiento, y, a la par, puedes sentir que lo que realmente tiene valor, eres tú mismo. Por supuesto, hablo del pensamiento inconsciente, no de aquel que, premeditado, busca un objetivo conciso. Los pensamientos nos llevan al futuro o al pasado impidiendo que permanezcamos atentos por entero al momento que vivimos, de ahí nuestra infelicidad permanente y las ganas de estar siempre en otro lugar.

Hágase esta pregunta: en este momento, leyendo esto, aquí y ahora: ¿tiene usted algún problema?. Pues de eso se trata. Dele usted un descansito a su mente, sienta los pies sobre el suelo que pisa, escuche su respiración, aprecie las yemas de los dedos que sujetan el periódico, huela su tinta€ Como decían Les Luthiers no te tomes la vida demasiado en serio, a fin de cuentas no vas a salir vivo de ella.

¡Cambio y corto!