Valcárcel anda estos días recibiendo a los alcaldes del PP de la región. Dicen que para despedirse de ellos antes de marcharse a Bruselas. Pero también, se supone, para darles las últimas instrucciones y advertirles que no quiere líos con su sucesión. Se acercan los comicios europeos y con ellos su renuncia a la presidencia de la Comunidad Autónoma y conviene dejarlo todo atado y bien atado. Por lo menos, hasta donde se pueda. Cualquier proceso sucesorio entraña incertidumbre y el de Valcárcel no iba a ser menos. Y ya se sabe que los alcaldes, en sus feudos, pueden ejercer un papel clave en el control de la militancia.

Más si cabe cuando estos procesos sucesorios dependen esencialmente de la voluntad del líder. Porque será el dedo de Valcárcel, y no otro, el que designe al sustituto, aunque luego le pida al partido que haga el paripé de ratificarlo. Aquí no existe, como algunos quieren hacer creer, debate sobre la sucesión. A no ser que se entienda por debate hacer cábalas en función de determinados indicios. Lo que hay aquí es una estrategia diseñada desde San Esteban de sustitución. De hecho, Bernal se retira ahora de una carrera por la presidencia para la que nunca se postuló oficialmente. Para la que nadie se ha postulado oficialmente. Valcárcel lo puso como vicepresidente económico y se desataron las apuestas. Después colocó a Pedro Antonio Sánchez como consejero de Educación 'plenipotenciario' y se volvieron a desatar. Y por si acaso, se guarda la carta de Juan Carlos Ruiz.

Este juego a tres bandas, que aprendió de Aznar, le ha permitido mantener hasta ahora al partido en un puño, contener las facciones internas e ir preparando tranquilamente su retirada de la presidencia. Conviene recordar, sin embargo, que en rigor hace tiempo que Valcárcel se marchó. Por lo menos desde el día en que Rajoy fue nombrado presidente del Gobierno. Desde ese día, el actual presidente de la Comunidad Autónoma dejó de ejercer como tal. Aparcó la defensa de los intereses de la región y se convirtió, buscando un puesto en las listas europeas, en mera comparsa de la política del Gobierno central.

Su dimisión, por lo tanto, no la oficial sino la real, hace ya dos años que se produjo. A lo que estamos asistiendo ahora, y a lo que nos queda por asistir, es en realidad a la escenificación de su despedida, por un lado, y a la entronización de su sucesor, por otro. A un traspaso de poderes en que tanto los nombres de los principales consejeros como las líneas maestras de la política regional para lo que queda de legislatura ya han sido pactados, cuando no impuestos.

Ahora bien, con los sucesores suele ocurrir (perdón por el símil) lo mismo que con los melones. Si no, que se lo pregunten a Aznar. No se sabe lo que esconden hasta que no se abren. En menos de dos años, el nuevo presidente regional tendrá que haberse creado una imagen y un destino. Con un paro y un déficit desbocados, el continuismo no parece ser la mejor propuesta electoral. Algo tendrá que inventarse este hombre. Y ahí es donde está la incógnita.

Mientras tanto, mientras que el elegido se prepara para lo que le espera, Valcárcel se recrea en su largo adiós. No hay día en que los suyos no le organicen algún homenaje, le entreguen algún premio, le concedan algún título honorífico, lo nombren esto o lo otro?

Pero, ¿a qué viene tanta despedida? se preguntan algunos. Al fin y al cabo, irse, lo que se dice irse, no se va. Se queda en la política. Sólo que se traslada al despacho de al lado.