El presidente francés se presentó a la rueda de prensa multitudinaria pertrechado en una batería de propuestas en pos de que la República supere las fatiguitas, pero la primera pregunta de la basca fue si Valérie le había tirado la batería de cocina a la cabeza. Como los colegas vecinos son muy mirados, y más si pertenecen a Le Figaro, la curiosidad se transmutó en «¿Sigue siendo Valérie Trierweiler la primera dama de Francia?».

Hollande se salió por la tangente asegurando que no era el sitio ni el momento para hablar de eso aunque, a renglón seguido, no tuvo más remedio que admitir que dará las explicaciones pertinentes antes de la recepción oficial que tiene fijada en Washington para la segunda semana de febrero. El servicio de protocolo de la Casa Blanca debe estar dando saltos de alegría con la preparación del encuentro. Menos mal que si hay un sitio en el mundo que ha visto de todo es ése. Lo que asombra de la historia de John Fitzgerald en este terreno es de dónde sacaba el tiempo para pilotar el llamado mundo libre con semejante fogosidad, a lo que hay que añadir la de veces que debía tirarse „al suelo, en este caso„ por los contínuos e inmensos dolores que padecía. A pesar de que el pasado fin de semana se lo pasara sin salir del Elíseo „algo es algo„, Hollande va como una moto. El hombre se ve que también le da a todo porque, la revelación del amorío lo ha pagado su programa al entregarse en brazos del liberalismo más puro y duro de cara a salir del otro atolladero.

Para salir del que tiene planteado con Valérie lo va a tener crudo. Si el verdadero muñidor del descubrimiento del desliz es Manuel Valls, no sería de extrañar que el ambicioso ministro del Interior tuviera incluso visto con Valérie en qué cabecera retomará sus crónicas políticas. La única ventaja de Hollande es que ya tiene el casco.