Fue un verdadero placer durante estas navidades ver El Mago de Oz en el Teatro Circo de Murcia. Un placer para los sentidos, pero también un placer de concepto. Porque con la dirección de César Oliva, potentes actores locales y una suave y sorprendente escenografía salida de la contrastada sensibilidad estética de Juan Álvarez y Jorge Gómez, El Mago de Oz en el TCM fue la demostración de que también se pueden hacer propuestas infantiles enormemente divertidas que sean a la vez Cultura, la que se escribe con mayúscula.

Tengo otras recientes experiencias que siguen demostrando que esto es posible. En el fin de año infantil, organizado por el ayuntamiento de Murcia, el concierto de Dr. Sapo, con el cuento musical de Las Aventuras de Sam, fue fantástico: mi cría desde entonces no para de pedir el disco. Poco antes, en Cartagena, vimos Pinocho, una inteligente y divertida producción de Pepe Ferrer con gente de La Chimenea Escénica. Y hace muy poco, en Madrid (atención TCM, atención Auditorio, atención Batel, ya tardáis en proponerlo), pudimos disfrutar de una versión absolutamente no Disney de La Bella y la Bestia que recuperaba la magia, la metáfora, la fuerza del cuento clásico sin perder ni un poco de la fascinación infantil que Disney se empeña en identificar exclusivamente con el color rosa.

Los padres estaremos de acuerdo en que el ecosistema del entretenimiento infantil es enormemente cursi. Aunque sin duda también hay propuestas inteligentes, nuestros críos y crías están bombardeados en continuo con musiquitas sencillotas, mucho fru-fru de princesas y toneladas de superhéroes de ojos grandes de todo tipo y pelaje. Un escenario de consumo infantil que los mayores también facilitamos con gusto porque no hay nada que venza más y que rompa mejor cualquier preconcepto estético que la perspectiva de que tu pequeñaja abra mucho los ojos, ría, baile y disfrute. Sí, señor, faltaba más, a compartir esa felicidad con ellos, que para eso estamos.

Por eso en las contadas ocasiones en las que las ofertas de ocio infantil combinan diversión con creatividad, imaginación y magia, hay que quitarse el sombrero y aprovechar la oferta. Nuestros niños son niños pero no son tontos. Muy al contrario. Saben donde está la calidad. Lo perciben. No se dejan engañar, aunque nosotros nos empeñemos en lo contrario.

Por eso los espectáculos a modo de pseudo-circo que van por los pueblos y que se limitan a disfrazar un par de figurantes con trajes raidos semejantes a Pocoyó o Bob Esponja y lanzar a todo volumen las canciones, muy divertidas por otra parte, de los Cantajuegos, deberían de pasar algún tipo de evaluación de salud pública pediátrica. Aunque ya digo, si hay que ir, se va.

Y es que partiendo del principio de que los peques algún día serán grandes, sugiero aplicar la buena idea de que desde ya todo lo que les propongamos para su diversión sirva también para su desarrollo. Es más difícil que dejarse llevar por las grandes modas de consumo infantil, pero es más satisfactorio.