La Historia es, de algún modo, el arte de predecir el pasado. Y como cualquier otra predicción, deja margen para la fabulación, la especulación o simplemente la mentira. Que se lo pregunten si no a Cospedal, que para atenuar los enfrentamientes que la ´ley Gallardón´ del aborto provoca en sus filas tiene que recurrir a la falsificación de nuestro pasado más reciente. Nada nuevo cuando se trata de enredar con palabras. Su explicación de la vida laboral de Bárcenas como tesorero del PP, con indemnización en diferido, forma ya parte de los sketches más surrealistas del humor carpetovetónico, superando incluso al de la empanadilla de Martes y Trece. Ahora, en pleno desconcierto interno a cuenta de Gallardón, la secretaria general sorprende a propios y extraños reivindicando un consenso idílico sobre la ley del aborto de 1985, que en ningún caso existió. ¿Tan corta tiene la memoria que ni siquiera recuerda que Alianza Popular, el PP de entonces, se manifestó una y mil veces con los obispos contra esa ley, y que en las Cortes, junto a los centristas, votaron en contra? ¿O que posteriormente el padre del actual ministro de Justicia, José María Ruiz Gallardón, presentó un recurso ante el Constitucional?

Dice mucho esa forma de querer reescribir la historia. A Cospedal le gustaría ahora que su partido hubiera votado a favor de la ley del divorcio; a favor de la ley del aborto del 1985, que tanto consenso generó, según ella; y probablemente también a favor de la ley del matrimonio para personas del mismo sexo o de otras leyes que consagran las libertades individuales. Pero no fue así, y esa historia reciente ya no la podrá reescribir. No mientras queden hemerotecas, diarios de sesiones del Congreso o una brizna de memoria ciudadana. Si la ley Gallardón le incomoda y si tanto aboga por el consenso, no tiene más que mirar a países de nuestro entorno, como Francia, Alemania o Gran Bretaña, donde sí existe un verdadero acuerdo sobre este asunto. Donde existe una ley de plazos como la que tenemos actualmente en España, y donde la alternancia de derecha e izquierda en el poder no altera este consenso. La pregunta que viene a continuación es: si esta persona es capaz de mentir de forma tan descarada, sin sonrojarse, sobre algo que todo el mundo sabe y conoce, ¿qué no será capaz de hacer en política?

Más fácil que predecir el pasado es, en algunos casos, predecir el futuro. Basta con hacer lo que uno dice que va a hacer.

Algo inconcebible para Rajoy, pero no para su ministro del Interior, Jorge Fernández. Pongamos por caso la redada contra la estructura operativa clandestina de ETA en España, tras la macabra foto de Durango. Una hora antes de que se llevara a cabo, el flamante ministro la anunció oficialmente, con todo lujo de detalles, en un comunicado de prensa y en tuit, dándola por hecha. La predicción se cumplió, como no podía ser de otro modo, pero el ´chivatazo´ oficial permitió que se destruyeran pruebas. De hecho, cuando la Guardia Civil irrumpió en los locales de los presuntos etarras se encontró con que faltaban ordenadores. Del chivatazo del Faisán hemos pasado al del Ganso. La historia se repite, y esta vez como farsa.

Si el Gobierno se dedica, como parece, a manipular pasado y futuro, sólo le quedará el presente. Bien triste e imprevisible, por cierto.