Érase una señora muy mayor que compró un café bien caliente en un autodrive de MacDonalds, y se puso a conducir como una loca por la autopista. Como su coche era muy viejo, como ella, no tenía un repositorio para colocar el vaso con el café y no se le ocurrió otra cosa más estúpida que ponerse el café recién hecho entre las piernas. Dio un volantazo involuntario para intentar esquivar un animal que se interpuso en la carretera, con tan mala fortuna que el café se le derramó entre las piernas, produciéndole unas desagradables quemaduras. Consiguió un buen abogado, demandó a MacDonalds y les sacó una compensación de más de dos millones y medio de euros.

Así contada, parece una típica historia americana de gente avariciosa y abogados sin escrúpulos que aprovechan cualquier ocasión para sacarle los cuartos a las grandes e inocentes multinacionales, a las que no les queda más remedio que pagar porque los jueces, y sobre todo los jurados populares como en este caso, siempre las consideran culpables, simplemente por inquina contra los poderosos. Fin de la historia. ¿Fin de la historia?

Yo estaba en Estados Unidos en 2004, cuando la vieja que había protagonizado la historia hacía unos diez años falleció. Otra vez se repitió el mismo cuento en los medios de comunicación. Tal repercusión había tenido el caso en su momento que „además de servir de chanza para todos los cómicos graciosillos del late night y utilzar el chiste de la vieja hasta la saciedad en todas las comedias de risas enlatadas de la televisión americana„ muchos estados norteamericanos aprobaron leyes poniendo topes mucho más moderados a las indemnizaciones que los jueces podían determinar contra las compañías demandadas.

Y todo eso estaría bien y sería hasta comprensible, si no fuera porque toda la historia transmitida por los medios resultó de una falsedad escandalosa, como se puso en evidencia en un interesante documental donde se cuenta exhaustivamente lo realmente sucedido.

Empezando porque no hay ser humano mínimamente sensible que no se conmueva viendo las fotos de las quemaduras de tercer grado que la buena señora sufrió en el 6% de su cuerpo, especialmente en muslos y entrepierna. Ni nadie que no se escandilice sabiendo que había habido unos ochocientos casos previos de personas que habían sufrido graves quemaduras por culpa de la temperatura abrasadora con la que se servían los cafés de McDonalds. Por cierto, bastante más alta de la que actualmente figura en el manual del franquiciado.

También es interesante saber que la señora había intentado por todos los medios conseguir, simplemente, que McDonalds le pagara los gastos de hospitalización que, en un país donde la medicina es privada y muy cara, ascendía a unos 3.000 euros. McDonalds solo aceptaba pagar ochocientos. Y que la buena señora, con su abogado en ristre, intentó de todas las maneras llegar a un acuerdo amistoso previo al juicio, acuerdo al que la compañía se negó por activa y por pasiva confiando, lógicamente, en que sus abogados eran mucho más caros y mejores que los de la pobre vieja en cuestión.

Y que la compensación por daños que aprobó el juez fue la cantidad exacta que correspondían a los gastos de hospitalización, pero que estableció el resto, hasta los dos millones y medio de euros (que finalmente se quedarían en medio millón, a cambio de no seguir pleitando) como castigo ejemplarizante para que la empresa cambiara de una vez su comportamiento miserable en relación con todas aquellas personas que habían sufrido las consecuencias de servir su café a una temperatura completamente desproporcionada.

Y también quedó establecido, por cierto, que la señora se encontraba aparcada en la esplanada del establecimiento, y no conduciendo a toda velocidad como repitieron hasta la saciedad algunos medios de todo el mundo (ya que la noticia se expandió por casi todo el planeta, en la versión patrocinada por McDonalds, obviamente).

Todo lo cual sirve como ejemplo fiel de aquel principio que todo periodista debe abrazar con plena convicción cuando deja la facultad si quiere triunfar en carrera profesional: «No dejes que la verdad te estropee una buena historia».