Una vez que, después de mediados de agosto, el verano-verano acaba, adviene una franja de inercia muy grata, en la que todo sigue igual a falta de razones para cambiar, pero sin la responsabilidad de cumplir con los ritos estivales. Es el tiempo en el que nos encontramos ahora, ya con todos los augurios del desplome hacia el otoño (anuncio precoz de lotería de Navidad, comienzo de la Liga, primeros retumbos de la vuelta al cole, la Diada en el horizonte), pero con la gente todavía en las playas o destinos turísticos, disfrutando de modo especial de los atardeceres. Aunque las hojas están bien maduras para caer, en su mayoría seguirán bien agarradas a la rama un par de meses, hasta que las echen con cajas destempladas. Lo mejor de los ciclos son estos puntos muertos, en los que la fuerza ascendente y la descendente se equilibran y el espíritu cree gozar de cierta ingravidez.