La magnitud de un acontecimiento se mide por la conmoción que hubiera provocado su vaticinio. Bárcenas ofreció su versión sobre la reunión con Arenas y Rajoy, de ambiente inequívocamente siciliano, encaminada a pactar unas condiciones faraónicas que incluían un salario reglado de 18 mil euros mensuales, chófer, despacho, secretaria y una asistencia jurídica que doblaba en precio lo anterior. El relato suscitaba estupefacción, amortiguada por la parcialidad del narrador. Arenas tuvo que admitirlo a regañadientes. Si alguien hubiera escrito hace unos meses que Cospedal reconocería ante la prensa que recibió de su jefe supremo la relación de concesiones al tesorero preso del PP, el augur hubiera sido descalificado por fantasioso. Pues bien, la secretaria general ha confesado, y en un foro de mayor relevancia que el circo mediático.

El pasado miércoles, Cospedal denunció ante el juez que el presidente de su partido y del Gobierno premió al preso Bárcenas con sumas extravagantes, pactadas en un conciliábulo cargado de la atmósfera de una película de Scorsese. No harían falta más pruebas para demostrar que el tesorero del PP es ´Uno de los nuestros´, inseparable en su destino de los dirigentes populares. La revelación de Cospedal era tan asombrosa que paralizó la reacción de la prensa y movilizó a La Moncloa a la desesperada, para demostrar que la secretaria general del partido no había dicho lo que había dicho.

La número dos del PP no se fía de su inseparable número uno y le descarga la responsabilidad absoluta del mayor escándalo político de su partido. Las desbandadas en un caso de corrupción se producen cuando los involucrados consultan a ilustres bufetes penalistas, donde se les informa entre caobas de la magnitud de las condenas a que se arriesgan, por encima de la espuma política del caso. La palabra ´cárcel´ disuelve las fidelidades más inviolables, como ya ha demostrado Bárcenas. Entre los populares se ha propagado una oleada de pánico al percatarse de que el repartidor de sobresueldos puede no ser el único condenado de la trama. Cospedal tiene que defenderse como secretaria general en vigor del partido donde circulaban los «fajos de billetes» -declaración de otro testigo-, como posible perceptora de sumas muy apreciables a la par que Rajoy y, sobre todo, por el caudaloso manuscrito donde el gerente de su partido en Castilla-La Mancha anota el recibo de 200.000 euros en los fajos de ordenanza. Con este repertorio de salpicaduras, la presidenta castellanomanchega se erige en víctima propiciatoria. Se ha agarrado al cuello de Rajoy con la desesperación de la ahogada. Declaraba con el rango teórico de testigo, pero en defensa propia.

A fecha de hoy, es más fácil creer en los OVNIs que en la falsedad de los papeles de Bárcenas, del amontonamiento de sobresueldos y de la intimidad casi escabrosa entre el presidente del Gobierno y el evasor fiscal en masa a quien erigió en tesorero de su partido. Rajoy exhibe un olímpico desprecio hacia las reglas de juego de la democracia. Su supervivencia se ceba en un desgaste acelerado de las instituciones que mancilla. La condición de registrador de la propiedad a la que apela regularmente se vuelve contra él.

¿Encaja con los patrones de tan selecto cuerpo la estampa de la reunión con Bárcenas para comprar su silencio a un precio estratósférico? Al acceder dócil a las exigencias o incluso aumentar la puja, Rajoy funcionó como registrador de la impropiedad y fedatario de pactos de alcantarilla para burlar a la ley.

Cada vez que un dirigente del PP llama delincuente a Bárcenas -recientemente el caducado Pujalte-, coloca en una tesitura muy comprometida al presidente del Gobierno que materializó los caros caprichos de su amigo delincuente. Se hace hincapié en la mentira de Rajoy ante el Congreso, sobre el falso apartamiento del tesorero del partido. Hay una frase peor: «¿Me engañó Bárcenas? Sí. Lo tenía muy fácil. Yo no condeno a nadie de manera preventiva». La denuncia de Cospedal ante el juez desbarata esta contrita táctica. El preso no abusó de la confianza de Rajoy, que tampoco lo condenó preventivamente porque le había otorgado unas condiciones de estrella de Las Vegas. Cuando los dirigentes populares insisten en que Bárcenas explique el origen de sus 50 millones en Suiza, rezuman la rabia de quien no ha recibido su cuota del gigantesco botín, a diferencia del escrupuloso reparto de sobresueldos negros.