Inmersos como estamos en la segunda década del Siglo XXI y en un país que se considera desarrollado, moderno, tolerante y democrático, tiene narices que sigamos arrastrando viejos tópicos casposos de la época franquista, como todos los relacionados con el mundo del toro de lidia y el, a mi juicio mal llamado, 'arte del toreo'.

Nos cuentan que el contorno de nuestro país recuerda la silueta de una piel de toro, con lo que tenemos que echarle imaginación al mapa y hacer un acto de fe (algo a lo que también nos tenían muy acostumbrados en otra época), para creernos que en efecto, se parece a la piel de un toro y no a la de una vaca, una cabra o un burro.

Se habla de la 'fiesta nacional' para referirse a las corridas de toros, cuando en realidad, los aficionados al toreo en España son pocos (cada vez menos) y los entendidos de verdad, los que disfrutan del espectáculo y saben lo que están viendo, se pueden contar con los dedos de una mano. Digo yo, que puestos a buscar un espectáculo de masas, podían darle el calificativo de fiesta nacional al fútbol, que tiene más afición, más espectadores y todo el mundo entiende de alineaciones, reglamentos, competiciones, etc.

Dicen que en España, cada españolito tiene dentro un torero (un toreador para los guiris) y jaleamos a nuestros héroes al grito de «torero, torero», como símbolo de valentía, arte y elegancia, aunque viendo cómo está el negocio y las incursiones toreriles en el mundo del corazón, mejor no recordarlo, por si salimos escaldados. A mí, desde luego, que no me incluyan entre los toreros, que han sido muchos años de trabajo y estudio para acabar así.

Incluso el original ministro Wert, ha tenido a bien compararse con un toro bravo, porque según él, «se crece ante el castigo». Claro que, si lo llega a pensar fríamente antes de decirlo, igual le habría parecido inapropiado compararse con un animal, menos inteligente que el ser humano, rumiante, que lleva cuernos, que se cría sólo para dar espectáculo, que hasta que sale al ruedo no ha dado un palo al agua en su vida y que cuando lo hace, termina chuleado por un tío con coleta, disfrazado con un traje de luces y marcando paquete (un perro-flauta de época, vamos), y que además, tras varios puyazos, le clava unas banderillas, luego un estoque y finalmente la puntilla, para rematarlo. Aunque, vaya usted a saber, igual le gusta la comparación y estamos especulando en falso, que para estos temas, los políticos son muy suyos.

El caso es que España y el Toro, nos guste o nos disguste, tienen que ir de la mano, porque así se decidió con Franco y así lo mantienen desde la Marca España que es ahora la encargada de estudiar estas cosas y tomar decisiones sobre nuestra imagen en el extranjero.

Primero fueron las banderitas con el toro, que para algunos viene a ser como un águila de las de antes, pero disfrazada de demócrata (ya me contarán lo democráticos que son los toros) y ahora, las siluetas del famoso Toro de Osborne, que ya se ha convertido en insignia nacional e incluso se dan tortas en muchos Ayuntamientos por tenerla en su municipio. La cosa ha tomado tal bombo que hasta el Consejo de Gobierno de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia se implicó en el tema a mediados del mes pasado y decidió crear una comisión técnica para estudiar la ubicación adecuada del Toro de Osborne. Al parecer, se instalará en nuestra Región en 2014 y pelearán por su ubicación los municipios de Blanca, Ulea, la Unión, Cartagena y Murcia.

¿Nos hemos vuelto locos? ¿No tienen cosas más importantes en qué pensar nuestros políticos? ¿El símbolo de España es el toro de una marca comercial? ¿Cuánto nos costará el estudio de esta "comisión técnica"? ¿Quién pagará viajes, visitas, comidas y agasajos a los miembros de la comisión? ¿Vendrán más turistas a la Región para ver al toro? ¿Será una fuente nueva de ingresos? ¿Creará empleo?

En mi opinión (no les cobraré nada por la idea), y ya puestos, en caso de que se decidan por ubicarlo en la capital del Reino, deberían colocarlo en el famoso ático de la gran Vía de Murcia (para que se vea bien), orientado hacia el Palacio de San Esteban (mirando a la autoridad) y con un lema como "Agua para todos" en grandes letras azules (para darle un toque murciano) que con tanta parafernalia, se les olvida lo principal y se dedican a torearnos.