Me decía una vez un jugador de fútbol que amañar un partido era tan fácil como saber encontrar en el equipo las debilidades que hacen que sea inviable no aceptar lo que te ponen encima de la mano. Y, continuaba el futbolista, la mayor debilidad que tenemos es ver como tu familia pasa hambre. Efectivamente, no haya nada como que un salto de categoría o evitar un descenso esté en manos de un equipo que se juega poco o nada y que, además, lleve tiempo sin cobrar por parte de los amos del club. Esta fórmula es la clave para que el amaño pueda resultar perfecto. Eso sí, también me explicaba que había que pactar muy bien el resultado pues, ¿cómo se podía saber si un simple 1-0 era consecuencia de la compra del partido o del propio azar del juego?

Era curioso comprobar en esa charla con futbolistas que habían participado de amaños diversos, presuntamente, que ese pacto era lo que podía explicar resultados escandalosamente extraños. Solo lo poco habitual era la garantía de poder cobrar la segunda parte de lo pactado. Hasta aquí la realidad de los amaños que, año tras año, se dan en el mundo del fútbol y que, por mucho que se empeñen futbolistas, entrenadores y directivos en negar, existe y existirá mientras uno pueda comprar a otro, fundamentalmente, por necesidad.

Claro, esos potenciales casos 'tienen sentido' cuando uno desciende a categorías donde se halla el peor fútbol, Segunda División B, antigua Tercera División, o Tercera División, lo que venía siendo una Regional Preferente o similar, y donde lo que estaba en juego eran unos pocos duros que pagaba el señor del pueblo que quería seguir teniendo a su equipo, de su pueblo, en la gran categoría del fútbol en la que competía.

Pero, ¿cómo puede explicarse esto en categorías superiores, tal como ha salido a la luz recientemente? Bueno, las diferencias son grandes en algunos aspectos, pero en otros no tanto. El amo del pueblo que quiere tener a su club arriba, el señor del ladrillo que ya no llega con el pelotazo y necesita a su equipo arriba, donde políticos y similares le den palmaditas en la espalda, la ambición de los jugadores que, aun ganando cantidades de dinero insultantes en los tiempos que corren, no tienen límite en sus avaricia dinerariaÉ Todo esto justifica perfectamente que sean pocos los clubes que puedan considerarse inmunes a este peligro.

Por otra parte, no debemos olvidar las justificaciones que esos directivos argumentan para mantener ese tinglado. Desde el 'todos lo hacen' hasta el 'no es malo primar el ganar'. A mí lo primero no me sorprende mucho, lo segundo en cambio me escandaliza un poco. Intentaré explicarme.

Cuando el amo de un equipo de fútbol perteneciente a las máximas categorías asume que esto es un mal endémico de este deporte lo comprendo, que evidentemente no lo justifico ni lo apoyo, en tanto que al final el fútbol de élite ha sobrepasado el concepto meramente deportivo para convertirse en un lugar de relaciones, negocios, representación y, en muchos casos, salto a la política. Esta gente, la que manda verdaderamente en el planeta fútbol, no deja de aplicar las mismas estrategias de corrupción que emplearían si estuvieran en esos otros contextos, de los que proceden o que ansían. En definitiva, no entienden por qué alguien puede asombrarse por comprar mediante sobres, amaños, comisiones o como quiera que se llame, algo que no deja de ser una pieza más en un circo, no deportivo, que es esto del fútbol y lo que conlleva. Insisto, no me sorprende.

Ahora bien, me escandaliza, dije que solo un poco, el hecho de tener que darle dinero a unos 'deportistas' por hacer lo que deberían y por lo que su club les paga de una forma espectacular. Que existen los sobres por ganar se sabe desde tiempo inmemorial -luego que venga la Liga de Fútbol Profesional, la Federación o los clubes a negarlo-, pero sí es verdad que un futbolista corre y juega más cuando recibe un sobre estamos ante lo que viene definiéndose como un sinvergüenza, caradura y mercenario que no merece la pena que siga en esto del fútbol. ¿De verdad a alguien se le pasa por la cabeza que un niñato de 20 años o poco más o un rastrero de 30 años o más juegue mejor cuando otro equipo le paga un sobresueldo?

La verdad es que dije que me escandalizaba solo un poco porque empiezo a estar seguro que en este reino bananero donde vivimos, presuntamente se pueden alcanzar éxitos solo si ponemos el cazo, tenemos amiguetes donde hay que tenerlo y, sobre todo, no nos da vergüenza trincar la pasta mientras otros se suicidan porque míseros banqueros le quitan la casa. El fútbol también es hijo de esta sociedad, ¿o no lo sabíamos?