Si esto fuera un partido de baloncesto los dos entrenadores habrían pedido tiempo. Frente al tiempo hay siempre dos posiciones: la de aquellos que, como Constantino Romero, piensan que el tiempo es oro, y la de los otros que opinan que hay que darle tiempo al tiempo. Rápido o lento, vertiginoso o pausado, acelerado o calmoso, el tiempo transcurre inexorable. Todas hieren, la última mata. Sin prisa, pero sin pausa. Se nos agota el tiempo y casi todo sigue sin respuesta. La izquierda se desmorona al tiempo que se radicaliza, la derecha se desdibuja y chispean la navajas, en la noche política todos los gatos son pardos, los partidos políticos personifican a los ciudadanos cada día menos y los sindicatos más representativos ya no representan a nadie, la monarquía envejece al mismo ritmo en que lo hace el Rey, la Justicia es injustamente lenta, el gigantesco Estado del Bienestar ha resultado insostenible, las autonomías desangran al propio Estado de la Autonomías, los derechos y las libertades sin recursos económicos no existen, y por primera vez en nuestra historia el pasado, el presente y el futuro son igualmente confusos. Mientras tanto, el tiempo pasa, tempus fugit.

Hace unos pocos años, cuando aún gobernaba por así decirlo el Inimputable, escribí un artículo titulado Una propuesta ingenua acerca de la necesidad de un pacto de Estado frente a la crisis que se nos venía encima. Envidié en voz alta la Grosse Koalition alcanzada en Alemania entre la democracia cristiana y la socialdemocracia, que le había permitido adelantar sus estrategias frente a la crisis cuatro o cinco años. Ahora no es tiempo de una Gran Coalición, ni siquiera de un pacto de gobierno, pues hay un Gobierno legítimo que cuenta con mayoría absoluta para gobernar. Lo que hace falta ahora es tiempo para pensar juntos o, dicho de otro modo, lo que hace falta es pensar juntos durante algún tiempo acerca de cuál es el modelo de Estado que hoy resulta posible. No se trata ahora de que se produzca un gran pacto, como reclama la izquierda con su mala uva deslegitimadora, ni de que ese pacto consista en una rendición sin condiciones, como apostilla la derecha francotiradora. Se trata de abrir un espacio común de debate sobre los rasgos básicos del Estado que habrá de surgir tras la crisis. Es justamente el hallazgo de ese perfil común el que propiciará la adopción del pacto. Mientras, el tiempo vuela, como decía aquella canción de Booker T. & The M.G's, versionada en España por Los Pekenikes.

Les pondré un par de ejemplos sobre lo importante que es sentarse a pensar juntos para poder llegar juntos a un acuerdo.

Uno. Sabemos que más del setenta por ciento de los españoles desconfía de Europa y de sus instituciones y que la inmensa mayoría rechaza los inaceptables privilegios de los eurodiputados. Sin embargo, el año que viene habrá elecciones al Parlamento Europeo sin que ningún partido político en España haya tenido tiempo de recoger en su ideario la necesidad de reformar el modelo europeo actual ni cuál sea ese modelo futuro. Tiempo habrá después para que los españoles reclamen la salida de esta Europa sin condiciones en la que nos hemos metido.

Otro. Sabemos que el Estado Autonómico es insostenible y, en algunos aspectos, injustificable. También sabemos que está sobredimensionado y que su estructura debe ser revisada. Podemos sospechar que no ocurriría nada si coexistieran dos grados distintos de autogobierno, según se trate de regiones históricas y del resto. Intuimos que el número de regiones autónomas es excesivo y que falta un esquema normativo que garantice de manera efectiva la cooperación solidaria entre las regiones y entre ellas y el Estado. Estamos convencidos de que el Senado no es necesario si no es para representar y coordinar los intereses de los territorios, por lo que urge su reforma o su desaparición. Sabemos que sobran muchas leyes autonómicas mal hechas sobre una misma materia, que podrían ser sustituidas por una sola Ley del Estado bien hecha en cuya elaboración hubieran participado las regiones a través, precisamente, del Senado. Sabemos, por tanto, que sobran parlamentarios regionales, que no es necesario que sean políticos profesionales y que sobra mucho gasto público innecesario. Sabemos también que las regiones son básicamente prestadoras de servicios (sanidad y educación, principalmente, que son además los componentes esenciales del Estado del Bienestar) por lo que la reducción del Estado Autonómico es sinónimo de la reducción del Estado del Bienestar.

Todo eso, y algunas cosas más, lo sabemos. Y, sin embargo, dentro de dos años habrá elecciones autonómicas sin que los partidos políticos se hayan sentado juntos a pensar en el modelo que los ciudadanos deseamos, en que servicios son prescindibles y cuáles no lo son.

A estas alturas, querido lector Malasombra, no vale acudir al modelo de la Constitución para resolver estas cuestiones. Ya se encargarán algunos de gritarlo mañana, día 15 de mayo.

Mientras tanto, se nos ha muerto Alfredo Landa y nadie lo sustituye.