Me pitan los oídos cada vez que escucho la muletilla de la generación mejor preparada de la historia. La mía ha sido la generación con más recursos disponibles. Crecimos en los ochenta con la vista puesta en el rápido desarrollo y sin embargo hoy esa preparación parece no dar sus frutos. Unos se empeñan en culpar al modelo económico, otros al sistema político y los hay que buscan responsables en todos los foros salvo en la propia educación.

Una asignatura pendiente, la más importante, es la transferencia de conocimiento y capital humano a la sociedad. En otras palabras, las personas se forman con un fin productivo y de servicio. Con la crisis deshilachando la cuenta del banco nos damos cuenta del error. A la vez, el mercado laboral es incapaz de absorber a sus cientos de miles de egresados anuales cuya única salida es la emigración. Un drama lacrimógeno con gran gancho político.

Los datos oficiales no son ningún bálsamo. El razonamiento lógico-matemático, lingüístico y el dominio de la lengua inglesa -las tres competencias elementales de hoy- son en conjunto bastante pobres. España dejó de competir hace demasiados lustros con sus compañeros de barra de bar para hacerlo con todo el mundo. Mi generación se ve expuesta a una desesperación que trunca sus proyectos de vida. Y lo peor no es eso. Abrir el debate de reforma del modelo educativo sin que el político de corbata y boina reclame el espacio de su valle es imposible. Decía un profesor con cierta ironía que nuestra preparación era universal y perfecta para vivir en un mundo endogámico.

Definitivamente la educación nunca debería haberse prestado a estos propósitos. Mientras no seamos capaces de romper la connivencia tóxica entre el estamento políticos -que hace las veces de corsé ideológico- y las necesidades reales de un mundo en constante cambio no habrá futuro alternativo a esta crisis. La era tecnológica, esto ya no se puede discutir, ha reemplazado las grandes masas de trabajadores. Y aquí todavía construimos discursos viejunos del capital contra los pobres sin apoyar, más que de boquilla, al que se lanza a la calle con un proyecto.

A los niños de la movida no nos queda otra que despertar el ingenio y la ambición si queremos llegar a alguna parte. Nuestros padres, con mucho menos, fueron capaces de sacar este país de la cueva. La generación mejor preparada de la historia es un peligroso mito ochentero que conviene olvidar.