La renuncia de Benedicto XVI, el estado de la curia romana y el nombramiento de un nuevo Papa plantean multitud de interrogantes en torno al papado a la luz de la práctica y el mensaje de Jesús de Nazaret. Para iluminar esta situación y recuperar la credibilidad de la Iglesia ante el mundo es necesario volver a las fuentes: ¿Quién fue Jesús? ¿Cuál fue su proyecto?

Jesús fue un hombre sencillo, campesino y artesano galileo de la aldea de Nazaret, en la Palestina del siglo I. Él no fue sacerdote, ni maestro de la Ley. Fue un laico, un trabajador como todos.

Un día deja el taller, la familia y la aldea, y sale por los pueblos de Galilea anunciando una gran noticia: que Dios es Padre bueno, que ama a este mundo y tiene un maravilloso proyecto sobre la humanidad. Jesús se rodea de gente sencilla y sale al encuentro de los enfermos (cojos, ciegos, sordomudos, paralíticosÉ), de aquellos de los que nadie se acordaba por ser considerados basura de la sociedad. Sana a los enfermos, da de comer a los hambrientos, denuncia con fuerza la hipocresía e injusticias de los poderosos. Actuó enérgicamente expulsando a los comerciantes del Templo. Proclamó que a Dios le agrada más la práctica de la justicia y la misericordia que el culto en los templos. Fue un hombre libre, que no se ató a las leyes religiosas de su tiempo.

La gente pobre se fascinó enseguida con Jesús, no así los sumos sacerdotes y poderosos de Israel, que lo vieron como alguien sospechoso y peligroso para sus intereses.

Jesús habla de lo que le sale del corazón. Es un fuego que lleva dentro. Revela con pasión el plan de Dios sobre el mundo: que todos los hombres y mujeres vivamos como hermanos, sin dicriminación por motivo de género, raza, clase social o credo religioso. Anuncia un mundo nuevo, alternativo, sin ambiciones, sin envidias, sin violencia, sin armas, sin guerras, sin hambre. Anuncia una sociedad justa, solidaria y humana, un mundo de amor y reconciliación. Jesús proclama la esperanza de una vida nueva y feliz para toda la humanidad. Y para ello llama a todos a un cambio de vida, a una conversión profunda de la mente y del corazón, a una transformación personal y comunitaria.

A este maravilloso proyecto Jesús lo llama Reino de Dios, que fue el centro de su predicación. El Reino fue la pasión de su vida. Conformó una comunidad de hombres y mujeres, gente sencilla del pueblo -que fue el germen de la Iglesia- para que continúe proclamando y construyendo el reino de Dios a lo largo de la historia. ¿Es hoy el reino de Dios el centro de la vida y predicación de la Iglesia? ¿Es ésta la preocupación de los que ocupan algún cargo en la Iglesia?

Jesús pronto entró en conflicto con las autoridades religiosas y políticas, quienes lo descalificaron, lo desacreditaron ante el pueblo, lo difamaron y lo persiguieron hasta eliminarlo. Murió por ser fiel a su misión. Pero cuando la piedra del sepulcro cayó sobre su cuerpo, nadie había previsto el esplendor de su resurrección.

La comunidad de creyentes fundamenta su fe en la experiencia del Crucificado-Resucitado, optando por seguir su camino de sencillez al servicio del reino de Dios al lado de los pobres de la tierra. Sin embargo, el aparato del Vaticano no parece empalmar con el proyecto de Jesús.

No perdemos la esperanza de que la Iglesia se libere de tantos lastres históricos que viene arrastrando desde la era constantiniana, para centrarse en la práctica y mensaje de Jesús, y que el nuevo Papa, sea un hombre sencillo, libre de poderes, abierto al diálogo, defensor de los derechos humanos, particularmente de los pobres, y comprometido con la paz que nace de la justicia. Así la Iglesia se hará creíble ante el mundo.