Siempre queremos lo que no tenemos, es cierto. Por esa razón tengo posiblemente ahora la sensación de que el mundo es demasiado ruidoso y un acuciante deseo de sosiego me acecha. Quizá también porque mis dos pasatiempos favoritos son leer y escribir, dos actividades que requieren ausencia de ruido. Pero está claro que una cosa es sonido y otra es ruido. Y este mundo urbano en el que hemos transformado la Tierra es extremadamente ruidoso. Y no sólo el ruido del tráfico, las obras, los vecinos que viven tras la fina pared de ladrillo o la música de los pubs. Hay otros ruidos que se han vuelto normales, que nos llegan desde los medios y que son una invasión subrepticia de grandes empresas que nos quieren 'lavar el cerebro'. En La filosofía perenne (1945) de Aldous Huxley se nos advierte de que el silencio que el alma necesita para escucharse a sí misma está siendo abolido por un nuevo invento que se nos ha colado en los hogares: la radio. Por supuesto, sesenta años después, es evidente que la invasión la sufrimos por medios más elaborados y sofisticados: la publicidad en televisión. Nos hemos acostumbrado tanto al ronroneo de los eslóganes publicitarios que ya nos parece normal que se emitan con el volumen más alto que el resto de la programación, que superen en tiempo a la propia película que estamos disfrutando o que lleguen a alargarse más de veinte minutos. Antes, cuando sólo había tres canales, se ponían de acuerdo para emitir la publicidad al mismo tiempo. Ahora, viendo que es del todo imposible, las cadenas suelen disponer de varios canales para así poder emitir más anuncios por minuto. Porque en definitiva los anunciantes son los que pagan dichas cadenas.

Ya dijo alguien que hay que ser un poco estúpido para creerse los elogios y virtudes que cuenta un vendedor de sus propios productos. Pues es lo que solemos hacer cuando damos crédito a las mentiras que nos sueltan por la caja. "Sólo hasta fin de mes" suele decir una marca de coches en su publicidad. Y lo dice mes tras mes. Y ya no es que me moleste que intenten engañarnos para vendernos sus artículos. Me da rabia que me traten como a un idiota. Algunos anunciantes se prodigan hablando de sentimientos o nos muestran tiernas estampas familiares o infantiles y, así, apelan a nuestras más manejables emociones en vez de a nuestra lógica. También es común el uso de entrañables ancianos: o sea, chantaje emocional. O el cliché de la chica maciza, o sea, sutil chantaje sexual, el truco más viejo del mundo. Pero que parece que no falla porque se sigue usando una y otra vez. En definitiva: mucho ruido y pocas nueces. A excepción de las nueces que anuncian por la tele, que esas sí que deben ser de las buenas, digo yo.