Ha causado cierto revuelo saber, por un libro de la periodista rosa Pilar Eyre que el genio Fernando Fernán Gómez, como tantos personajes dedicados al intelecto, decía que le gustaba golpear a las mujeres: "Como tienen poca resistencia, sólo puedo llegar hasta cierto límite". En cambio no constato que cause el mismo revuelo saber que la fantasía ya no tan oculta de la masa femenina compradora de la 'trilogía de Grey' es que les peguen. O nos escandalizamos todos o no nos escandalizamos ninguna. O todos moros, o todas cristianas. Yo trato esa cuestión como aconsejaba Pla ejercer el articulismo, con distancia total, "como una guerra entre moscas y arañas" Yo entre moscas y arañas no sé a qué atenerme: a mí lo del dolor pactado no se me ha dado bien, por aquello que me acusaban en el cole, que sólo atiendo a lo que me interesa. Una vez una novia me dijo reprochándome nula preparación y caediza atención: "Es que hay que saber pegar". Es lo que tiene haber sido maleducado en un cursi concepto de la mujer. Los que aún creemos en príncipes azules somos nosotros.

Venimos en España de una sociedad oscura y reaccionaria, como parece que retrata con acierto la periodista en su libro La reina de la casa, donde la violencia machista la sufrían las mujeres, y ahora al parecer estamos en una sociedad avanzada donde la violencia machista, si hay consentimiento, es una conquista femenina. Es muy extraño. El tema del permiso, aunque es determinante para que un delito pase a ser un pasatiempo y al revés, me parece especialmente resbaladizo. El consentimiento que no sea ante notario es como el alma: llega la Policía y no hay manera de demostrar dónde lo tienes. Un colega de la prensa, adelantándose veinte años al famoso Grey, quedaba con una chica en sitios públicos para simular la consabida fantasía de la violación, hasta que el encargado de una discoteca los pilló en el wc, alertado por los gritos, y ella mantuvo la ficción hasta el final. Mi cofrade ya se veía en la cárcel hasta que las ranas criaran pelo. Si ya es triste que te enchironen por algo que no has hecho, peor es que sea por algo cometido por tu personaje en un juego de rol.

A mí se me cansa la mano nada más pensar en la violencia consensuada, porque ya en tema de mujeres me da pereza hasta levantarme a saludar. Fue la causa hace años de que una concienciada sindicalista de izquierdas no quisiera volver a quedar conmigo, por soso: no supe dar forma, tras una cena donde me hizo el recorrido histórico completo de la liberación de género en las altas instancias internacionales y cuando llegamos al sofá, a una petición de índole más local: "Maltrátame como a una perra".