Comprendo que el Rey esté hondamente preocupado por lo que está pasando en España. Tras la huida hacia delante del ciudadano Mas, no es que existan temores fundados de que Don Felipe no llegue a reinar, es que el propio monarca corre el peligro inminente de quedarse sin reino, si bien, después de la muerte por descuartizamiento del viejo Reino de España, tal vez le quede algo suelto a Don Juan Carlos para ser Rey de Jerusalén, de las Indias Orientales y Occidentales, y de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, que también cuenta con estos títulos en su extensa colección.

Lo de Cataluña no es sino el penúltimo capítulo del largo proceso de extinción de España como Estado, proceso que, como todos ustedes saben, comenzó apenas medio segundo después de que quedara rato y consumado el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Por aquel entonces ya andaban los nietos y bisnietos de Wifredo el Velloso a vueltas con aquello de qué fue primero, si el huevo o la gallina, esto es, si Catalunya o Aragón, y si su hijo Wifredo Borrell, Conde de Barcelona, de Gerona y de Osona, era o no independiente de la Marca Hispánica en el imperio carolingio.

Mientras tanto, los ancestros de Sabino Arana, ese atlante, iban perdiendo el pelo de la dehesa moruna de la que procedían. También por aquel entonces era moruna Andalucía y lo fue y hasta lo sigue siendo, más orgullosa de su pasado árabe que de sus raíces hispánicas. Galicia pertenece a las brumas del Norte, a los vientos atlánticos que trajeron a celtas y gaitas, aunque según dice mi amigo Ismael Galiana, gaiteiro donde los haya, las gaitas son más bien romanas y fueron las legiones de Roma las que las legaron a los indomables guerreros pictos de las tierras de Escocia. La historia de España está cuajada de ejemplos antiespañoles, desde fueros mal entendidos hasta cantones independentistas poco más grandes que un duro de plata. Siempre ha habido en la piel de toro íberos o celtas, e incluso celtíberos, que, por no ser dependientes de España, han preferido ser dependientes de Francia o del Rey Moro. España como unidad de destino en lo universal que se decía antaño (antaño fue en los tiempos de Isabel y Fernando además de los de Franco, querido lector malasombra) apenas ha existido más allá de los libros de historia y, si la ha habido, ha sido más bien a golpe de espada y de taconazo militar.

Lo extraño del discurso de Navidad del Rey, y más exactamente de su petición de hacer política con mayúsculas, es que no la hubiera formulado cada Navidad desde que reina y, antes que él, su abuelo y, antes, sus bisabuelos y tatarabuelos. Lo curioso de esa llamada a la grandeza política y a la responsabilidad de Estado es que a Su Majestad sólo se le ha ocurrido hacerla ahora que gobierna el Partido Popular. Es como si, en el mejor de los casos (pues existe otra explicación que luego les diré), supiera que resulta inútil apelar al sentido de Estado de ciertos gobernantes socialistas, con la excepción tal vez de Felipe González. Ciertamente jamás se le ocurrió a Su Majestad hacer una llamada de esta índole al inimputable e inclasificable Zapatero, entretenido como estaba el chico vallisoletano de León en abrir fosas insalvables en mitad de la reconciliación de los españoles, o en convencer al mundo mundial de que se dejara salvar por la alianza zapatera de civilizaciones.

Tampoco se le ocurrió decir algo parecido al abuelo de Su Majestad, Don Alfonso XIII, aún cuando las dos Españas estaban a punto de saltar la una al cuello de la otra. Ni se le ocurrió a ninguno de sus bisabuelos y tatarabuelos, incluida la mismísima Doña Isabel II, cuando España se iba quedando empobrecida y descolgada de la modernidad, mientras en el resto del mundo se dedicaban a hacer, ellos sí, política con mayúsculas.

Decía que puede haber otra explicación al discurso del Rey, pero ésa no me gusta y por tanto la dejaré estar. Sin embargo, sí les diré que estoy convencido de que aún es posible hacer política con mayúsculas, empezando, claro está, por la propia Casa Real. Ha llegado el momento de que Don Felipe de Borbón se gane la Corona como se la ganó su padre la noche de un 23 de febrero. Ha llegado el tiempo de recomponer España sin que sea necesarios la espada y el taconazo, pero se necesita algo más que política con mayúsculas. Lo que hace falta es un cambio de generación en la Corona, la llegada de un hombre joven y sin lastre con un nuevo modelo de España y con un par.

Si lo consigue, Don Felipe se habrá ganado un reino en el que reinar. Si no, deberá contentarse con ser Rey de Jerusalén, de las Indias Orientales y Occidentales, y de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano. O algo así.