Cobrar un euro por receta es tan arbitrario como cobrar un euro por salir de casa. Pero, puestos a ellos, no es difícil encontrar argumentos. Miren ustedes, se hace una utilización excesiva de la calle. Si la gente saliera solo en caso de verdadera necesidad, las calzadas y las aceras estarían más limpias, las papeleras menos llenas, el adoquinado se encontraría siempre como nuevo y su mantenimiento no requeriría tantos esfuerzos municipales, que al final pagamos entre todos. Te asomas a la ventana y ves en la calle gente que no hace nada, que no va a ningún sitio, que está ahí por estar ahí, como el que tiene el botiquín lleno de medicinas que no necesita y que salen al sistema de salud por un ojo de la cara. La penalización por salir a la calle tampoco tendría una intención recaudadora, sino disuasoria.

Bueno, todo se puede explicar, sobre todo cuando se ha acostumbrado a una población al absurdo. A nadie se le ocurre ya, por ejemplo, que si en las casas hay demasiadas medicinas que caducan antes de ser usadas, al que hay que llamar la atención es al que expide las recetas inútiles. Lo evidente no siempre salta a la vista, sobre todo en épocas de confusión verbal, donde nada es llamado por su nombre. Penalizar cada receta con un euro significa castigar al enfermo. ¡No haberse puesto usted enfermo! Parece un disparate, pero se trata de una filosofía que consiste en buscar la solución a todo lo que nos aflige en la parte más débil de la cadena.

Y esa filosofía cala como la lluvia fina, que diría Aznar. En un colegio privado de Granada, por ejemplo, en el que se necesita personal docente y administrativo, la dirección ha decidido cobrar 190 euros por cada solicitud de trabajo. De modo que si usted aspira a dar clases en el María Nebrera, que así se llama el centro, debe adjuntar al curriculum esa cantidad en concepto de no sé qué. El 'no sé qué', cuando uno se ha acostumbrado al absurdo, es lo de menos. Lo cierto es que, dado el paro existente, es posible que el citado colegio gane más con las solicitudes de trabajo que con la enseñanza, del mismo modo que el verdadero negocio del cine son las palomitas. Lo que no somos capaces de imaginar es qué clase de ética enseñarán a sus alumnos con tales antecedentes.