Maestros, parados, estudiantes, comerciantes, investigadores, emprendedores, farmacéuticos, abogados, policías, bomberos, médicos, enfermeras, periodistas, conductores, labradores, albañiles, peones y hasta jueces y fiscales protestan en la calle un día tras otro pese a lo feos que son, como diría nuestro mayor galán Arturo Fernández, que algunos ni siquiera se han preocupado de quitarse los pelillos de las orejas. Toda esta puñetera base social plagada de clases medias se está hartando de que le tiren tanto de la cartera, de que le chupen la sangre y le aprieten el cinto, que cualquier día se quedan sin respirar. Los recortes de Mariano se han cargado parte de muchos sueldos y hasta los aguinaldos, con lo bien que venían ahora por Navidad para poner en la mesa una de champán frío con su docenita de gambas rojas, para pagar letras atrasadas o simplemente para comer un guiso, que un día es un día y cada vez queda menos que celebrar.

Esta gran marea social ha venido manifestándose sin parar en defensa de la calidad de la enseñanza, de la atención sanitaria pública y universal, de la creación de puestos de trabajo, de la justicia gratuita, de las cuentas claras y del Estado del bienestar. O para que simplemente les paguen lo que les deben. Y con esta marcha de gente fea, puede que un día salgan también a la calle en tropel gentes horribles como los desheredados, los mendigos, los desahuciados, los estafados, los hipotecados, los engañados, los dueños de preferentes, los despedidos, los desempleados de larga duración y los trabajadores de talleres clandestinos. Toda esta caterva con su finiquito en la mano y las ilusiones perdidas. Toda esta ristra de parias, de pagadores de deuda, de esforzados contribuyentes y de salvadores de bancos y cajas en quiebra a quienes ya no quedará nada y sólo tendrán un recorte más a modo de esperanza. ¿Quién pagará entonces?