Mientras mentalmente la memoria viaja sin cuento, libremente sobre los pámpanos orondos vividos, llevándome de una cosa a otra, de una pincela a la complementaria, mientras esto ocurre en la mañana invernal apacible, después de haber desayunado café con ojos luminosos, los de la pequeña Marta, mirando y cuestionándolo todo, aprehendiendo de la vida sus detalles; mientras esto ocurre, repito, con naturalidad, oigo a José María Galiana que repasa esa Geografía Sentimental de su música que nos advierte en otra obra suya que se haya en peligro de extinción. Imagino al músico, al poeta, al cantautor, al amigo, al compañero, a la falda del monte verde de la minicordillera que cierra el gran valle, en la casa que levantó «blanca, como una mañana de verano... como tus ojos de aljibe cuando llueve»; en la buhardilla, al piano, donde le hice aquellas fotos ya historia para el disco de Vicente Medina, luz de vela encendida; frente al fuego leyendo, ordenando notas que luego son pura armonía. Me resulta necesaria una nueva colección de sus canciones, con urgencia lo pide el alma de los soñadores de esta tierra.

Desde hace años José María Galiana nos ha ido señalando el camino de nuestros poetas, sus versos olvidados, y les ha hecho asequibles acompañándolos de su música fértil, nueva, distinta, dulce y melodiosa. Con la sencillez de pentagrama que la hace eterna, verdadera. Un día, ya lejano, nos maravilló con Cansera, el poema del poeta de Archena que cuenta el desaliento murciano; antes un disco sencillo con las Abarcas vacías, para recordar la maravilla ininterrumpida, a pesar de la sangre derramada, de Miguel Hernández a quién quiso cantar sus vientos y su pueblo con peligro de su integridad física. Eran tiempos de dictadura recientísima y aquel recital de Magisterio nos levantó la esperanza a muchos.

Hoy las canas de Galiana son las mías; su maceta de alhábega donde poner la pequeña ropa infantil de nuestros nietos, la comparto. Lo echo de menos, lo quiero enormemente; a él, hombre bueno y a su obra excepcional. Murciano luminoso y mal pagado. No hay olvido para ti, compañero del alma. Y mientras escribo, acuden a la memoria Antonio Oliver, Julián Andúgar, Salvador Jiménez€ y traspasa las fronteras y acude a mi cabeza el valle de los nísperos que me descubrió él mismo para contarme de Gabriel Miró, ese portento literario que firmara el poema hermoso de Huerto de cruces para amar el camposanto donde reposa en Polop de la Marina, al pie mismo del León Dormido, la gran montaña cercana.

Y de su mano voy y vengo recorriendo la geografía sentimental de nuestros días; y lo dejo hojeando sus libros, mimando nuestras almas con su música.