La primera vez que oí calificar al ministro Montoro, a la vicepresidenta Santamaría y al mismísimo Rajoy de socialdemócratas me quedé perpleja; pensé que, o bien el tipo que emitía tal calificativo utilizaba una fina ironía o no sabía lo que decía o bien yo, paciente escuchante de tertulias interminables, había vivido hasta ese momento en un craso error creyendo conocer el significado del término ´socialdemócrata´. No obstante, aquella para mí desconcertante afirmación, se ha convertido en un leit motiv que se emite con convicción desde ámbitos autodenominados ´liberales´ y así yo, que, grosso modo, creía que socialdemócratas eran los zapateros y rubalcabas y que, por ello, tenía mis más y mis menos con la socialdemocracia, me entero ahora de que estos defensores a ultranza de las libertades individuales califican sin titubear de socialdemócratas a aquellos que yo tenía por conservadores, como mucho por democristianos.

Descolocada, me entero de que, dejando al margen cuestiones de moralina obcecadas en el sexo, la reproducción y la educación relacionada con ambos hechos, para los autodenominados ´liberales´ es socialdemócrata todo aquel que defiende cualquier intervención del Estado, por nimia que sea, en el ámbito del mercado o la economía y, en consecuencia, en el ámbito social.

Según ese criterio, deducen ellos que el Gobierno actual, aunque para legos no lo parezca, es un Gobierno socialdemócrata, ya que un Gobierno liberal, por ejemplo, no habría nunca aportado capital público para pagar deuda privada, que es lo que este Gobierno está haciendo con los bancos. Dicen los liberales que hay que dejar hundirse a los bancos que no puedan salvarse por sí mismos. Y yo, que no soy nada liberal en el sentido en que lo son estos liberales, estoy de acuerdo con ellos en este punto, al cien por cien. Pero, claro, ellos van más allá que yo, porque la sociedad que persiguen y que, por el camino que vamos, conseguirán más pronto que tarde, es una sociedad sin capital público, sin Administración pública, sin servicios públicos.

Los liberales de hoy han sobrepasado la separación que llevaron a cabo los economistas benthamianos de las esferas económica y política. En la propuesta de Bentham, si bien la economía debía regirse por el laissez-faire, la política debía llevar a cabo una labor de armonización de intereses, en muchos casos contrapuestos, que impidiera la prevalencia de ´intereses siniestros´ y permitiera alcanzar el objetivo del mayor grado de felicidad para el mayor número de ciudadanos. En la propuesta de los liberales actuales la política debe plegarse a los ´intereses siniestros´, es decir, a intereses de grupos minoritarios que no sólo buscan su beneficio, lo cual sería legítimo, sino que lo buscan y lo alcanzan perjudicando a la inmensa mayoría.

En realidad, lo que los liberales proponen no está tan lejos de lo que persigue la acción del gobierno; entre unos y otros sólo hay una discrepancia de tempo. La diferencia está en que los liberales quieren terminar de un solo golpe con el Estado de Bienestar, mientras que el Gobierno se deja llevar y lo va matando lentamente, escondiendo la mano y entonando cánticos de alabanza al moribundo. Pero para los liberales esta diferencia es suficiente para establecer la clasificación definitiva entre liberales y el resto, es decir, entre liberales y socialdemócratas. Está claro, para los liberales quien no es liberal-exprés es socialdemócrata.

Siguiendo este criterio, resulta fácil saber quién es quién en el partido que gobierna: el presidente Rajoy, por su culto a las mayorías, sobre todo silenciosas, es un neto líder socialdemócrata; Cospedal, dejando sin sueldo a los diputados de Castilla-La Mancha es, por el contrario, liberal; Sáenz de Santamaría, cuando responde a Romney («No quiero seguir la senda de España») alabando las excelencias de nuestro Estado de Bienestar hace una proclama socialdemócrata; el portavoz del Grupo Popular en el Congreso, Rafael Hernando, calificando de ´pijo ácrata´ al juez Pedraz se expresa como un liberal sin complejos; el presidente de la Ciudadanía en el Exterior al decir que «las leyes, como las mujeres, están para violarlas» lo hace en clave muy liberal; Luis de Guindos mostrando su disgusto ante el hecho de que el Gobierno tenga que financiar con fondos públicos la deuda de España, que es privada, es un socialdemócrata apesadumbrado. La delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, con su propuesta de ´modulación´ del derecho de manifestación es, indudablemente, socialdemócrata. Etcétera.

Esto, según los liberales, claro.