Durante una breve cabezada en el coche oficial que lo trasladaba del no al copago al sí al copago, Rajoy soñó que el tropiezo argentino de Repsol YPF sucedía en la época de Zapatero. Despertado en ese mismo instante debido a un movimiento brusco del automóvil, se hizo cargo a toda prisa de la realidad y comenzó a imaginar, ya completamente lúcido, cómo habría sido su reacción.

Se vio, pues, declarando a la prensa que la actitud del Gobierno argentino era normal dada la debilidad y la falta de confianza que provocaba Zapatero. A continuación habría solicitado la comparecencia inmediata del presidente para pedirle cuentas y preguntarle cómo no había expulsado aún de España al embajador de Kirchner ni había obligado a regresar al nuestro. Todo ello acompañado de la misma retórica patriótica empleada por la presidenta argentina para justificar su acción.

Pero resulta que ya no gobernaba Zapatero, de modo que, lejos de sacar pecho, se había tenido que tragar la chulería de su ministro de Exteriores («la agresión tendrá consecuencias»).

A Rajoy le preocupó que la gente se irritara por la falta de respuesta de su Gobierno hacia lo que llevaban días calificando de ultraje intolerable. Pero un asesor que viajaba a su lado lo tranquilizó enseguida:

—Si la gente se ha tragado el copago, del que habíamos abominado mil veces, ¿cómo no se va a tragar lo de Repsol YPF, que está lleno de tecnicismos?

—De todos modos tendríamos que hacer algo.

—Disminuiremos la importación de aceite de soja.

—No sabía que importábamos soja.

—Yo tampoco, nadie lo sabe, pero suena bien castigar al Gobierno argentino limitando sus importaciones de soja.

—De acuerdo entonces, al cuerno la soja argentina.

Rajoy cerró los ojos y se dejó llevar. Ahora soñó que Rubalcaba decía de él que era un incapaz que no generaba confianza. El sueño le gustó porque le liberaba de alguna culpa antigua, pero al despertar continuaba solo, con su conciencia.

«¿Por qué», se preguntó, «la oposición no me echa una mano?».