Hay pocas cosas más incómodas que un paseo con una china en el zapato. Ese canto o piedrecita afilada que se encaja entre el zapato y el pie clavándose a cada paso. Sobre todo es harto inoportuno cuando ese paseo es protocolario y sabes de antemano que el alto en el camino para descalcarse no es una opción cercana. Entonces decides encajar una falsa sonrisa en la cara, disminuir la marcha y buscas con ansia la primera ocasión para rezagarte lo suficiente y, en una maniobra maestra, expulsar el maldito sílice.

El señor Rajoy sufre una situación similar con un problema añadido; cada mañana son más las piedras que le aguardan como un cilicio. Tan concentrado él en su nueva novia —Andalucía— ha intentado cortejarla con nuevos trajes. La flamante Ley de Transparencia es uno de ellos. El cortijo de los ERE, los fondos de reptiles y reptiles sin fondo, la fraternidad socialista en las instituciones y toda una carreta de porquería democrática purulenta fermentada durante treinta años afeaban su apariencia. Hasta aquí todo bien si no fuera porque esa misma costra de roña adherida a la piel andaluza no se diferencia —sustancialmente hablando— de la de Murcia, Valencia y Baleares. Las declaraciones del señor Camps afirmando el amor que le profesan los valencianos y enalteciendo su ´impresionante bagaje´ es una buena muestra de los efectos delirantes y corrosivos del poder. Tampoco se quedan lejos las palabras del señor Valcárcel: «En Murcia no hay facturas en los cajones».

Bofetón en el carrillo a los proveedores quejicosos. Al señor Matas la Justicia lo ha sentenciado a prisión. Todo queda dicho.

La riña de esta tercera transición hacia la hegemonía del PP arrastra serios problemas. El retraso de los Presupuestos Generales del Estado junto con los presupuestos autonómicos ya aprobados y a corregir nos viene a dar cuenta del angosto camino de los próximos ocho meses o sólo seis si consideramos el parón veraniego de julio y agosto. Seis meses para estabilizar el Estado. ¿Estabilizar? La herramienta, de momento, es la tijera y está ya sobre la mesa del señor Montoro; pero los recortes desmedidos tienen un grandísimo riesgo. Generan un aumento del paro, una contracción del consumo que se acrecentará—aún más— con la previsible subida de impuestos para hacer frente al nuevo reajuste del Eurogrupo. Esta semana conocíamos otra noticia desde el exterior en este sentido. El Gobierno luso —sumido en una fuerte recesión— ha enterrado su participación en la línea de alta velocidad Madrid-Lisboa. La mayoría de las multinacionales con sede en España lo son también para Portugal. ¿Cómo va a rentabilizar nuestro país una línea que muere en Badajoz? El principal problema de dejar un proyecto comenzado a medias es el gran impacto negativo. Despidos, inutilidad de lo ejecutado y la imposibilidad de recibir los retornos de esa inversión (cuando esa inversión se ha planificado con coherencia). Este flanco de parón económico se va a extender fuertemente a partir de ahora. ¿Cómo vamos a salir hacia delante si las políticas de estímulo son mínimas? Ajustar los gastos a los ingresos sólo aporta estabilidad presupuestaria. Quien no gasta y no ingresa es muy estable pero también es pobre como una rata.

Otro gran problema se dirime de las cuitas territoriales en Génova trece y su traslación de la Moncloa. Fijadas las posiciones finales de la transición popular y con una Andalucía previsiblemente en sus manos, los diferentes barones y baronesas afilan sus puñales en la clandestinidad. La estrategia electoral Arriola —cuya máxima era no abrir ningún debate esencial y evitar cualquier tipo de confrontación— va a explotar con violencia. Tanto la cuestión del agua, la territorialidad y el malgasto autonómico en casa propia han sido tratados esquivamente. En Murcia, donde la agricultura puede irse al garete en los próximos años, el agua va a ser el rompecabezas y ´aplastacabezas´ de muchos. El lema «agua para todos» desde la aprobación del Plan Hidrológico Nacional ha sido la gran locomotora del PP en la Región. Sus victorias crecientes han estado apoyadas en el dedo inquisitivo de su posterior derogación. La desgracia de todos fue en realidad la gran oportunidad del equipo de Valcárcel para sepultar al PSOE sin necesidad de campaña alguna. El desmérito del adversario como mérito propio no es mérito de nadie sino desmérito colectivo. Fracaso de todos. ¡Cómo han cambiado las exigencias! Del Ebro al agua de cualquier lugar, un pacto nacional.

Una solución de consistencia gelatinosa es lo más probable, nadie se contentará. Rudí y su ridícula oposición y Sánchez-Camacho como mediadora ante CiU para no aprobar las incómodas medidas en la soledad de la mayoría absoluta, enredarán todo lo posible contra el resto. Ya vimos cómo en la campaña electoral la mención del Ebro no figuraba. Sí lo hacía en espíritu para los más insulsos.

El resto de peleas y pataletas las veremos por la indecisión de Rajoy a decantarse por un camino; ¿galleguismo o desconcierto? Apostar a la vez por los corredores ferroviarios central, atlántico y mediterráneo es un intento de seguir contentando a todos cuando, los datos están ahí, el único con rentabilidad y crecimiento sería el mediterráneo —y no sólo hasta Almería sino hasta Algeciras—.

Mantener la actual configuración del Estado con Gobiernos autonómicos, delegaciones autonómicas, delegaciones del Gobierno, subdelegaciones del Gobierno, diputaciones provinciales y Ayuntamientos es otro ejemplo de preservar el carácter de agencia de colocación de la política. Cerrar la puerta al rescate competencial y sobre todo no dar el callo en la batalla del sentido común cerca este círculo vicioso.

España aspira a un buen resultado en una carrera de obstáculos con una armadura del medioevo. He visto tortugas más veloces.

Las pequeñas piedras se van acumulando y aunque el alto en el camino está próximo es hora de que Mariano se libere de ellas y camine con paso firme. Hacer lo necesario y no lo conveniente como hasta hoy.

Si criticábamos a Zapatero por su errático mando no debemos de cambiar las exigencias por razones de mayor o menor afinidad. Winston Churchill admitía haber tenido que comerse sus palabras a menudo y haber descubierto en ello una dieta equilibrada. Quizás esa estricta dieta británica sea el remedio necesario para los males económicos y políticos que nos aquejan.

Algunos se quedarían escuálidos cual galgos.