Se ha dicho que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer y como sonaba un poco machista se le metió un poco de humor para afirmar que lo que hay es una mujer sorprendida. Pero a veces lo que hay es una mujer traumatizada y eso me hace pensar que en ese caso no se trataba de un gran hombre.

Herman Cain, uno de los candidatos del partido republicano a la presidencia de los Estados Unidos, se ha visto obligado a renunciar cuando llevaba un par de semanas liderando las encuestas por una serie de líos de faldas que le han puesto contra las cuerdas. Todo empezó hace dos meses con la aparición de un par de señoras que aseguraban que Cain las había asaltado sexualmente hace varios años, aunque no lo hubieran denunciado entonces. Cain contestó entonces que no las recordaba de nada (lo cual podía ser plausible a tenor del mucho tiempo transcurrido) y que esas acusaciones eran producto de una sucia campaña en su contra inspirada por sus rivales. Parecía que la cosa podía quedar ahí mientras Cain seguía liderando asombrosamente las encuestas y digo asombrosamente porque era un candidato con poca capacidad recaudatoria en un país que invierte sumas millonarias en sus elecciones. Cain es un brillante ejecutivo de Pizza, buen orador y magnífico polemista, extraordinariamente conservador, con fuertes simpatías en el Tea Party y que confesó en cierta ocasión que se presentaba a las elecciones presidenciales porque Dios se lo había pedido (?).

Pero Cain no ha logrado esquivar la últimas acusaciones, esta vez muy próximas, de otra mujer que afirma haber mantenido con él una relación de trece años que él rompió tan solo hace unos meses, cuando decidió lanzar su candidatura al liderazgo republicano. Acosado por los medios, Cain ha tenido que tirar la toalla al constatar que su capacidad de recaudar fondos se había secado ante el creciente distanciamiento de su electorado conservador y tras dejar claro ante sus defraudados seguidores que estaba en paz consigo mismo, con su mujer y con su Dios.

¿Qué quieren que les diga? Creo que esas relaciones pertenecen al ámbito de la intimidad y no me gustan esas gentes que mantuvieron relaciones presumiblemente consentidas o que callaron durante mucho tiempo y que luego deciden salir del armario de la discreción por despecho o cuando piensan €supongo€ que pueden obtener publicidad o notoriedad suficientes para ganar un poco de dinero o, incluso, escribir un libro pretendidamente escandaloso. En España esas personas se conforman con salir en algún programa de quinta en la televisión o en las revistas del corazón tras mantener una fugaz relación con algún famosillo pero, bueno, de algo hay que vivir también en estos tiempos tan difíciles, especialmente cuando no se sabe hacer otra cosa. Tampoco me gustan quienes creen que una persona que haya tenido una relación extramarital en algún momento de su vida no es digna de desempeñar un cargo público. Confieso que esos espíritus puros me dan miedo. Yo soy partidario de distinguir entre la vida privada y la vida pública aunque también pienso que quien miente en lo personal está mal dotado para inspirar la confianza que requiere la gestión de los intereses colectivos. Pero aún en ese caso me preocupa más la mentira que el fornicio.

Radicalmente diferente me parecería el caso de Dominique Strauss-Kahn, DSK para los medios, si al final no hubo sexo consentido en la suite del hotel Sofitel de Nueva York. El fiscal ha dejado caer el caso ante la falta de pruebas. Al rebujo del escándalo apareció luego en París una periodista que despertó de una larga amnesia y a la que los jueces no prestaron atención. En todo caso, una agresión sexual o una violación no son cosas que se puedan tomar a la ligera y nuestra sociedad no las puede ni debe tolerar. Otra cosa es que DSK haya podido ser objeto de una oscura conspiración para apartarle de su carrera dentro del socialismo francés, primero, y la presidencia de la república francesa después, como parecen insinuar las revelaciones del periodista neoyorkino Epstein. Uno cojea y otro llega y le da un empujón que le hace caer por el precipicio al que imprudentemente se había asomado... Pero las teorías conspirativas €a las que tan aficionados son algunas personas y algunos periódicos€ hay que probarlas.

Sea como fuere, lo que resulta claro es que salvando las distancias que hay entre ellos y ellas, dos hombres brillantes €especialmente el segundo, a quien he conocido en Washington€ han sido apartados de sus aspiraciones políticas a la presidencia de dos grandes países, Estados Unidos y Francia, por mujeres a las que encontraron en su camino y con las que compartieron momentos más o menos fugaces de sus vidas.

Todo esto ha pasado desde que el mundo es mundo y no es nada nuevo aunque se haya tratado de forma diferente según los tiempos pues €mal que les pese a algunos€ la moral no es algo permanente y grabado en piedra como las tablas de Moisés tal y como muestran las voluptuosas apsaras de los templos de Angkor Vat, por cierto también esculpidas en piedra. Afortunadamente los excesos de la bragueta ya no se ahogan en sangre como hacían el rey David o Enrique VIII, ambos notorios rijosos hasta el punto que el segundo inspiró el cuento de Barba Azul, cruel como todos los de nuestra infancia. Años después el primer ministro británico Palmerston era conocido como Lord Cupid por sus devaneos sexuales sin que ello le diera mayores dolores de cabeza a pesar del puritanismo oficial de la corte victoriana.

Pero si la moral cambia con los tiempos, también lo hace con la geografía y sigue siendo muy diferente aún hoy el tratamiento que las sociedades dispensan a estas debilidades carnales, de forma que lo que escandaliza a los norteamericanos €a Bill Clinton casi le cuesta la presidencia€ es causa de admiración e incluso envidia en Italia y si no que se lo pregunten a Berlusconi, incólume tras numerosos escándalos de todo tipo (bunga-bunga incluido) pero "tumbado" por los inmisericordes mercados que nada saben de las cosas del sexo.