Fui invitado por TV1 para presenciar la final del torneo de tenis más importante del mundo que, como bien saben, ganó España por quinta vez en apenas unos años, diez o doce, que no hay que irse muy atrás pues hace apenas cuarenta años nadie en España, salvo Santana o Andrés Gimeno, conocían las reglas de un juego aristocrático y selectivo que se ha ido socializando €lo único que ha avanzado la ideología de este partido político€ con el advenimiento de otros pocos que nos han hecho instalarnos en la cima de las voleas, en la cumbre de los golpes de banana, denominación esta última que enriquece el argot de un juego en poder siempre de los ingleses o de los australianos, éstos con ciertas prebendas que se han agotado.

No he tenido que pagar entrada para contemplar el bello espectáculo que se nos ofrecía gratis a través de la pequeña pantalla, situación que estimo propicia porque no he tenido que pagar entrada, no he hecho gasto en gasolina por el desplazamiento, no he subido a las altas y lejanísimas gradas de la Cartuja y sobre todo he contemplado los largos y peleados encuentros con la garantía de saber si las pelotas amarillas entraban dentro o se salían de la zona permitida, aunque sigo advirtiendo que los anglicismos nos dominan y ya no decimos, como antaño, dentro, dentro, como aquel famoso locutor en los partidos de Santana, sino que nos ponen rótulos con in o out, que la verdad no sé lo que significan a fuer de castizo. Sólo consumí algo más de la cuenta en las cervezas que he avalado por las sequía que se produce en la boca cuando se vive con tensión las jugadas de Nadal €acabó como héroe y gladiador mítico en la palestra€ o Ferrer, quien iba para héroe y se ha encogido su talla por haberle pegado antes la patada a un Potro bravo que empezó coceando con fortaleza y acabando derramando lágrimas propias de quien ha quedado como víctima, como perdedor en la dura refriega.

Los españoles, que con tanto ardor sufrimos la oronda crisis que nos persigue, hemos podido, sin excesivos gastos, seguir paso a paso el triunfo español, algo que colma y calma nuestra angustia. Nos merecíamos ese logro porque de esa manera pasamos a una sensación de éxtasis tras haber estado tres días con los nervios a flor de piel, maldiciendo los estacazos que soltaban los argentinos nada más salir al corral, acogotados ante la fiereza de los peronistas saques tangueados, afligidos ante el espíritu combativo de unos que se llaman hijos nuestros pero que preferían colocarse como padres de la patria del pasin sort o algo por el estilo, que ya saben que el tenis anda lleno de galimatías y erudiciones propias de sociedades avanzadas. Y hemos disfrutado no poco viendo cómo los nuestros, de andar pesaroso, resucitaban en la pista y se las componían para devolver las mercedes que les enviaban y los golpes de ensueño que les dirigían.

Si Juan Martín el del Potro golpeaba duro, los nuestros devolvían con finura y habilidad, con esmero y precisión. Y pasábamos de la euforia a la tristeza, de la alegría a la melancolía, de la esperanza a la amargura. Y todo ello en apenas unos segundos, depende si aventajábamos al enemigo albiceleste o si nos metíamos de lleno en la pérdida de la identidad deportiva que atesoran los nuestros. La veleidad de los sentimientos nos acompañaba, bastaba con que los cámaras (en una perfecta realización) plasmaran los rostros y las emociones primarias de los miles de espectadores que han pasado por caja para contemplar un hecho histórico en el campo deportivo de nuestro país. Bastaba que las cámaras se acercaran a los españoles para advertir en ellos la plenitud del orgasmo cuando acertaba Nadal o cuando devolvía Ferrer, la felicidad más completa cuando rompían el saque del rival. O la decepción cuando el golpe se perdía lejos del campo o la pelota no alcanzaba la victoria. Unas cámaras hábiles para captar caras victoriosos, rostros hundidos, gestos de desesperación, ratos de crispación, de frustración, con solo variar el objetivo.

Ah, y aparte de felicitar a un medio por tan buen hacer, hay que alabarle el buen gusto, porque en la retransmisión sólo contemplé bellezas incomparables aunque me pregunto ahora si es que al tenis sólo asisten guapas mujeres y le prohíben el acceso a las feas. Fueron muchas horas de sufrimiento, de sobar en el sofá larga jornada, pero valió la pena.