El Estado casi que no está, y vive sin vivir en él, como Santa Teresa, y no sabe ya qué tornillo apretar ni por dónde sacar sin recortar ni cortar el resuello de la ya moribunda vaca. Las Comunidades autónomas andan cerrando empresas públicas, si bien que cierran las que no deben y dan aliento a las propagandísticas del ya falso autobombo. Los Ayuntamientos andan como locos buscando privatizaciones a sus servicios públicos más o menos vip, sin darse cuenta de que las empresas privadas están para que las nacionalicen… o les busquen créditos y avales aunque éstos sean los de la propia Administración ¡qué barbaridad!. Y los ciudadanos desfuncionarios… digo desfuncionados, pidiendo aire a gritos y arrepintiéndonos de todos nuestros pecados más pasados por no pesados…

Ahora nos estamos dando cuenta de muchas cosas, muy a pesar nuestro. Por supuesto que los culpables principales del desastre económico son los sistemas financieros, manejados por media docena de manos (que por eso mismo manejar viene de manos), no más… a través de sus herramientas naturales, la Bolsa y la banca. Pero los culpables subsidiarios, los actores secundarios del reparto, los tontolhabas de la estampita

hemos sido todos y cada uno del resto de los demás, cada cual en la proporción que nos toque.

Uno solo ha sido el móvil que nos ha dirigido al desastre, y dos las piernas que nos han encaminado al timo. El móvil ha sido la avaricia. Las piernas: una, el preferir la economía especulativa a la economía productiva, esto es, mucha Bolsa, mucho valores en alza, muy suculentos refugios para el dinero gandul y cobarde, en vez de invertir en negocios que producen puestos de trabajo, que aumentan la producción y levantan el consumo. Y la otra, el tirar por todo lo alto cuando de la Física deberíamos haber aprendido al menos que todo lo que sube baja.

Pero nos ocultan las verdades del barquero mientras hacemos como esos ignorantes que vemos en la tele disparando ráfagas al aire por

cualquier motivo o celebración. Nos dan los fusiles y nosotros hemos de comprar las balas que luego han de bajar al suelo tras disparar a las

nubes tan pollinamente. Y lo que silencian es que producimos víctimas inocentes al tiempo que nos empobrecemos malgastando balas como burros. Cuando Irak derrotó en fútbol a Vietnam, año 2007, la gente disparó sus aficionadas salvas que, al bajar, mataron a cuatro personas. El año pasado, en Turquía, durante una boda, los tiros por alto liquidaron a media docena de invitados. En 1.991, en Kuwait, los K-7 disparando al aire para celebrar el fin de la Guerra del Golfo mataron a veinte personas…

Y así podemos seguir ad infinitum. Son los muertos invisibles de unas balas al aire, como las invisibles víctimas de una economía en el aire. Macedonia distribuyó tarjetas en la última Nochevieja entre sus ciudadanos en las que rezaba «Celébrelo sin armas. Con balas no se felicita». También en Serbia, «toda bala disparada hacia arriba, vuelve a bajar. Piénselo». En nuestros bancos, hace años debían haber repartido tarjeticas con la leyenda «no ponga su dinero a dormir. Póngalo a producir». Pero, ni es lo que les interesaba a los especuladores que explotaban nuestro ansia ni tampoco lo que nosotros queríamos oír, así que…

Ahora los tiros del tirar por alto están bajando y liquidándonos a muchos. Hoy uno, mañana otros… en un goteo incesante de víctimas. Y encima, los que aún malvivimos debemos pagar las balas más los intereses. De forma que ya no sabemos si es mejor morir que pagar, o disparar a matar. Pero el tirar se va a acabar, y el fregar va a comenzar… de nuevo, tal y como antes se lavaba a mano. No porque hayamos aprendido la lección —que aún estamos en ello y somos más lentos que el caballo del malo— si no porque nos estamos quedando sin nada que tirar por alto y sin nada con qué tirarlo. Aunque somos tan asnos que reinventaremos los tirachinas, pero tuneados de Kalashnikov, a fin de seguir guardando las estúpidas apariencias, que para eso sí que somos muy mirados. Y seguiremos engañándonos a nosotros mismos hasta que todos reconozcamos el cambio de paradigma al que estamos abocados por nuestra propia afición a tomarlas sin darlas.

Que tiramos por alto hasta las patas, sin darnos cuenta que herimos a muchos, y a nosotros nos vamos matando poco a poco. Lentamente…