Si queremos avanzar hacia ciudades amables, sensibles y funcionales, las opciones de peatonalización deben ganar definitivamente la batalla a las cada vez más escasas, aunque poderosas, opiniones tendentes a conservar muestras calles repletas de coches y de problemas.

El ayuntamiento de Murcia está comenzando a comunicar su iniciativa de detraer el tráfico de la calle principal de la capital murciana. Buena idea. Progresiva, razonable, realista y necesaria. Necesitada de estudio, claro, para garantizar los diversos derechos que inciden en la accesibilidad, pero perfectamente viable con poco que se planifique con cabeza. Los pases de carga y descarga para los transportistas, el paso regulado para residentes, una generosa consideración de vehículos autorizados, el acceso a sus establecimientos y garajes para sus propietarios... Son mil y una las medidas que pueden paliar ciertas incomodidades, temporales en cualquier caso, mientras se cambian los

hábitos que para unos pocos puede generar una acción hecha en beneficio de muchos.

Con la Gran Vía peatonalizada es indudable que el centro de Murcia no sólo ganará en tranquilidad, sosiego, estética, cultura y ecología urbana, sino también en atractivo comercial. Dentro de unos años se podrá evaluar el beneficio que da el poder transitar en agradable paseo consumista desde el mismísimo Corte Inglés hasta el río, derivando nuestro paseo de consumo y ocio ciudadano hacia las tiendas de Platería, los escaparates de Jabonerías y la calle Sociedad o los cafés de la plaza Belluga. Y si no, retrotráiganse unos años y pregunten, por ejemplo, a los comerciantes de Trapería o a los hosteleros de la Plaza de las Flores si preferirían que sus calles volvieran a tener tráfico.

Hay quien dice que reivindicar la ciudad para el peatón es un ejercicio de utopía, pero yo creo que muy al contrario lo que resulta precisamente

utópico es pensar que podemos sostener ciudades del siglo XXI protagonizadas por el coche, el ruido y el atropellamiento. Tenemos que mirar a nuestro entorno y ver cómo muchas ciudades europeas, más reales que utópicas, han apostado en serio por detraer completamente el tráfico de sus centros urbanos, recuperando calles y plazas para el paseo y la calidad de vida, y complementándolo con un eficiente sistema de transporte colectivo a precios razonables y de aparcamientos disuasorios correctamente diseñados. En ese horizonte, el tranvía, en Murcia, es un escenario actual y de futuro enormemente sugerente.

La ciudad que decide peatonalizarse se encuentra al principio con resistencias sociales, no muy consistentes pero muy voceadas, que pueden costar votos. Los comerciantes o los transportistas, anclados en argumentos tópicos que no resisten un análisis serio, suelen alzar su voz y oponerse. Sin embargo, al medio o incluso al corto plazo se demuestra que todos salen ganando: el ciudadano mejorando su calidad de vida, el turista realizando una visita satisfactoria, el transportista comprobando que sus pases de carga y descarga funcionan, y el comerciante viendo en su cuenta de resultados que la peatonalización conviene a su negocio porque la gente prefiere comprar en zonas comerciales tranquilas, combinando paseo y compra, y a nadie en su sano juicio se le ocurre ir en coche a comprar al centro a sabiendas de que tendrá dificultades en aparcar y de que sus nervios quizás no lo resistan.