Mi amigo Ricardo es un economista histérico en paro. El otro día vio en el periódico un anuncio que rezaba: «Se necesita economista, imprescindible personalidad obsesiva, para director de contabilidad en empresa ligada al sector servicios». Aclaremos que él sabe de sí mismo que es histérico porque se ha psicoanalizado y porque ha leído literatura sobre el tema. Dado que no hay estructuras psicológicas puras, la histeria de mi amigo está contaminada por algún rasgo leve de carácter paranoico. Sin caer en el delirio de que le persiguen, está convencido de que la histeria está muy mal vista en los hombres, lo que limita notablemente sus posibilidades laborales. Al poco de leer el anuncio citado más arriba, me telefoneó:

—¿Llevaba o no llevaba yo razón? —preguntó.

—¿En qué? —dije yo.

—En que los economistas histéricos lo tenemos peor que los economistas obsesivos.

—No sé —dije—. A un jefe de contabilidad le viene bien la obsesión, para que no se le escape ningún número.

—¿Y qué me viene bien a mí?

—Quizá llevar los números de una cadena de peluquerías.

Le dije esto porque he asociado desde siempre la actividad peluquera con la histeria. Aun sin poder demostrarlo científicamente, estoy convencido de que la gente dedicada al cuidado del cabello tiene todos los rasgos característicos de esa patología. Lo sé porque, siendo obsesivo, reconozco a un histérico a medio quilómetro. Además, en mi peluquería habitual sólo hay histéricos e histéricas. Me gustan para salir de mi ambiente, pero su conversación me agota, como la de mi amigo Ricardo.

El caso es que a los pocos días de esta charla telefónica, recibí una llamada de Ricardo. Por lo visto, había enviado su currículo histérico a una cadena muy importante de peluquerías, de donde le acababan de convocar para la realización de una entrevista personal. Su pánico, ahora, era no resultar lo suficientemente histérico. De hecho, me pareció observar en él rasgos obsesivos inéditos en su personalidad. Era un histérico que devenía en obsesivo al asustarse. Por supuesto, perdió el trabajo y ahora vive entregado por completo a la paranoia.