Si el mercado no se entera de que puede especializar una parte de su oferta con un ambiente de más silencio y menos pantallas llegará el momento de pedir bares para «no televidentes». Soy partidario de la televisión y de los bares pero si en casa puedo ver televisión sin tomar nada ¿por qué en el bar no puedo tomar algo sin ver televisión? Hay establecimientos con tres televisores a la vez en cadenas distintas y es imposible no ser televidente pasivo.

La telexpectación pasiva no es inocua. Los enfrentamientos sentimentales cabríos del culebrón enseñan a discutir a los niños y suben el estrés

de los mayores y las tertulias cotillas son apología de la mezquindad.

Pero la veneración a la pantalla es religiosa y tiene que estar ahí aunque nadie le rece. En el altillo de un café con parejas ocupadas en

mimarse, internautas navegando en sus portátiles y estudiantes extranjeros de tertulia, un camarero encendió el televisor en los prolegómenos

de un partido de fútbol local y, aunque nadie lo miraba, cuando empezó el juego, subió a elevar a estruendo el volumen de lo que nadie escuchaba.

Aunque el peligro incipiente para los bares está en la Organización Mundial de la Salud, que emproa sus esfuerzos preventivos contra el alcohol (por primera vez, delegaciones de los 193 Estados miembros llegaron a un consenso respecto a una resolución que afronta el uso nocivo del alcohol, al que atribuyen 2,5 millones de muertes al año), los hosteleros actúan como si notaran que los televidentes pasivos acabarán haciendo lobby y sacan pantallas a la calle, como sacan mesas y sillas para los fumadores, para que los telespectadores activos puedan ver fútbol, carreras de motos y de Fórmula 1 y cualquier espectáculo llamado acontecimiento, desde fuera del bar.

Así el peatón se convierte en televidente pasivo y el vecino también y se acerca el momento de que alguien haga algo.