Tiembla la tierra y tiembla la gente. La desgracia que vive Lorca le ha venido a sorprender en uno de los peores momentos, al final de la legislatura local y en la recta final de la campaña electoral. Si las palabras de la clase política hay que tomarlas siempre con la precaución del que prefiere los actos a los oídos regalados, las promesas electorales son aún menos de fiar, pues sólo de ilusión no vive el hombre, pero sí se vale de ella como combustible vital.

Los lorquinos tienen mucho que superar, mucho dolor que les escocerá por un tiempo largo. Hemos podido ver la increíble solidaridad que están teniendo entre los propios afectados; los que menos batacazo han sufrido están siendo capaces de echar una mano a los que menos suerte tuvieron cuando la naturaleza, siguiendo su curso, se manifestó con tan fatídica sacudida que, normal en los tiempos que corren, pudimos ver horrorizados y en directo los que nos encontramos muy lejos de nuestra tierra.

Pero esa solidaridad ciudadana se ha visto manchada por el oportunismo político que proporciona la feroz carrera hacia los puestos de poder. Por qué si no iba a ir Mariano Rajoy a evaluar los daños del terremoto. ¿Evaluar? Para qué. Si nos dice que va a prestar su apoyo a los damnificados, pues bien ¿pero a hacer una evaluación? ¿Acaso se encuentra el cabeza del Partido Popular en posición real de ayudar a los lorquinos? En todo caso lo estará el presidente de la Región, que además es de su mismo partido.

Tampoco ha estado mal la puesta en escena del actual Gobierno nacional. Decenas de policías pululando para evitar que cascote alguno nos dejara sin alguno de nuestros representantes administrativos (porque no son, ni debieran ser, más que esto), efectivos que, según denunciaba algún vecino afectado, pronto desaparecieron y dejaron sin más protección a las cientos de viviendas desamparadas de habitantes y futuro cierto.

Luego, está el tema de los cascotes, esos malnacidos que se llevaron a la mayor parte de las víctimas mortales. ¿De verdad es normal, como han afirmado desde alguna institución, que nadie es responsables de esto? ¿De verdad están orgullosos los técnicos de que edificios de apenas tres años hayan resistido estructuralmente pero desnudos de ladrillos, que han destrozado coches y vidas? Yo, como simple ciudadana, me pregunto cómo es posible que hasta ahora las autoridades no se hayan percatado (y por ende preocupado) de las graves deficiencias arquitectónicas que sufría el municipio asentado en plena falla y, por tanto, ante la constante amenaza de ser sacudida por la tierra. Creo que como ciudadanos, y ahora como votantes, tenemos la responsabilidad de forzar a nuestros políticos a que contesten en la forma que sea necesaria.