Acabamos de conocer a Pippa Middleton, la hermana de Catalina, esposa de Guillermo, nieto de Isabel II. «Es más guapa que Catalina», comenta su hinchada. Respecto al famoso, al héroe, al deportista siempre hay quien sostiene que el mejor, el más listo, guapo, valiente, etcétera, es el hermano «pero tuvo mala suerte». Desde Caín, el bueno es el hermano. Acabamos de conocer a Pippa y la prensa popular inglesa —implacable con su monarquía— le ha sacado un top-less esquinado con efecto retroactivo, unas fotos que enfrentan a la familia real británica a un semidesnudo sobrevenido. Estas tonterías deberían de dejar de tener valor: ni son raras para la prensa ni son evitables para sus protagonistas. No son raras: la inmensa mayoría de las mujeres tiene pechos, a muchas de ellas les gusta solearlos y eso en Ibiza es general. No son evitables: confluyen la cultura de la fama con miles de profesionales y millones de particulares equipados para fotografiar. Los recién casados Catalina y Guillermo están de luna de miel en paradero desconocido pero eso sólo es un reto para los sabuesos del cotilleo mundial. No hay donde esconderse y si lo hay es un escondrijo. La opción más fácil y realista es que estas cosas dejen de importarles a las familias reales. Reducidas a un papel entre mágico y de representación las monarquías se van adaptando a los tiempos y tienen sus propios guiones para los medios de comunicación. Aquí y en el Reino Unido tenemos en canal temático 24 horas a las jóvenes y atractivas parejas de herederos, que se profesionalizan también a través de las incorporaciones a la familia. Evitando llegar a Gran Hermano las familias reales tendrán que aceptar de buen grado guiones más atrevidos y ligeros. Adiós Shakespeare, hola Nora Ephron. Adiós «Ricardo III», hola Cuando Willy encontró a Katy.