Acumula premios y éxitos; tiene una visión espacial en su retina para ver y mirar el paisaje, los objetos, la figura humana. Se convierte así la mirada de Ángel Fernández Saura en prodigio. Lo demuestra en dos series, entre otras, de distinta naturaleza pero de idéntico misterio y milagro: Retratos y Paisaje con figura. Para mí el tempo en el cine es algo ineludible, casi religioso; en la fotografía su ´tiempo´ se hace memoria

instantánea.

Pero ¿qué es, en realidad, el tiempo fotográfico al que me refiero? Si al espacio-tiempo einsteiniano añadimos el ´evolucionismo cósmico´ y el ´universo cristificado´ propugnados por Teilhard de Chardin concluiremos que en los últimos casi cien años el tiempo ha dejado de ser una sustancia casi mágica para transformarse en eje en torno al cual gira todo el proceso (latido y propósito) del universo. Es, pues, este tiempo, el que fotografía Fernández Saura con un arte inmerso en el tiempo de obturación de su objetivo, de su iris fantástico.

No nos basta en su arte la definición leibniziana del tiempo como orden o relación que guardan los acontecimientos entre sí. Porque el tiempo

es eso y es mucho más que eso. La simple realidad es que nuestras limitaciones epidérmicas nos impiden comprender objetivamente y como espectadores de sus imágenes, realmente, el universo en que vivimos. Sigue siendo un enigma, por ejemplo, la sugerencia apuntada por Von Uesküll y Von Baer respecto a la existencia en nuestro cerebro de un resorte dedicado al sentido del tiempo. Las fotografías de Fernández Saura hacen que ese mecanismo se convierta, no sólo en una verdad tangible, sino admirable. Su sentido del tiempo es real y armónico, equilibrado y bellísimo.

El dato escueto es que cuanto más avanza la ciencia, más y más nos encontramos ante el carácter ´místico´, sagrado e inapresable del universo. Por otra parte, como demostró Einstein, también el espacio y el tiempo —al igual que los conceptos de color, tamaño etc..— son formas de intuición que no pueden divorciarse de nuestra conciencia. Y eso es, en realidad palpable, lo que retrata nuestro artista y su parpadeo.

Ya lo he dicho con intención de claridad meridiana, lo que Ángel Fernández Saura trae en su fotografía, y conscientemente no he traído aquí a otros luminosos colegas, es el tiempo real de un planeta vivo de imágenes. Algo así como el frenazo en la última frontera de lo posible, la resolución de un misterio que llamamos tiempo a partir de la fotografía, de un instante de emoción cotidiana, de un momento de proyección lúdica, de un rostro que ya es eterno, de una actitud humana reconocible en la esencia del personaje reproducido. No existe ninguna edad en su fotografía, porque abarca todas ellas en la disolución y versión de su tiempo de luz. Maestro y genio, lleva consigo todas las ventajas de su privilegiado don artístico.