De Europa digo lo que San Agustín decía sobre el tiempo: Si me preguntáis qué es, no lo sé; si no me lo preguntáis, lo sé. Yo supe qué era Europa cuando la recorrí, de joven, en autostop. Hice un viaje perfecto, ascendiendo por la columna vertebral formada por sus catedrales.

Teníamos entonces profesores de arte que nos invitaban a llevar a cabo este tipo de itinerarios. La Europa de las catedrales es en gran medida la Europa de la cultura y en eso consistía sobre todo Europa: en un espacio cultural. Cada vez que llegaba a una ciudad, me las ingeniaba para observarla, si lo tenía, desde el río. Fue otra enseñanza importante de aquellos años: elige el punto de vista adecuado para mirar la realidad. Hoy los ríos (y el punto de vista) están muy devaluados también, algunos ha devenido en albañales. Entonces eran las venas del propio cuerpo, de manera que navegar por ellos, observando la arquitectura que se desplegaba a derecha e izquierda, tenía algo de viaje alucinante por el interior de uno mismo.

Conviene señalar que Europa comenzaba entonces en los Pirineos, eso se decía, no sin razón. Sin embargo, este africano que una mañana salió de Madrid con una pequeña bolsa de viaje y cuatro pesetas en el bolsillo, se encontró como en casa en París, en Bélgica, en Colonia…

Quizá Europa comenzara en los Pirineos, pero yo empezaba en Europa. Todo lo que había estudiado tenía que ver con las universidades que visitaba. La filosofía y la literatura europeas eran también mi filosofía y mi literatura. Pese a la distancia de los idiomas, que jamás se me dieron bien, no hubo localidad europea en la que no me sintiera como en casa. Regresé de aquel viaje transformado, sintiendo que pertenecía a algo grande y difícil de definir llamado Europa.

¿Cuándo se jodió Europa? Quizá cuando le metieron mano los políticos. La Unión Europea, ahora en cuestión, se construyó desde arriba, por funcionarios obsesionados por proyectos meramente cuantitativos y de corto alcance. Lo curioso es que se resquebraja por donde comenzaron a edificarla: por la economía, la dichosa economía, que está arrastrando en su caída al resto de los valores que configuraban el auténtico rostro de Europa. En el actual, no nos reconocemos.