ETA se desvanece gradualmente mediante comunicados sucesivos, insatisfactorios pero incruentos. La banda terrorista y casposa se mueve porque se muere. El último discurso, muy criticado por quienes no lo han leído, abarata la lógica abertzale hasta el punto de que el objetivo crucial se despacha con un inocuo «incluida la independencia», que firmaría cualquier nacionalismo de derechas. Hasta el sexto párrafo no nos enteramos de que habla una organización armada, y sólo porque declara «un alto el fuego». El minimalismo del texto ha obligado a tachar los vocablos habituales: fascismo, tortura, opresión, revolución, aniquilación, armas, franquismo o muerte. ETA mata, pero no quiere provocar.

Los etarras han descubierto el miedo porque su banda está hoy intervenida por el Estado, pero ETA acaba el 11-S, según deberá admitir quien repase una curva de su actividad. El terrorismo que inmola a sus autores desplaza a los asesinos con billete de vuelta. La felicidad de vivir con menos ETA cursa con el vértigo lógico, incluso en quienes han dedicado su vida a sufrirla o a combatirla. Por supuesto, las consideraciones teóricas se le escapan a una banda que no sabe cómo salir de su laberinto, y cuyo objetivo final es salvar la situación personal de sus integrantes y presos, para no verse acosada por sus propios adeptos.

Trágicamente, ETA dispondría de mejores valedores para su desaparición si no los hubiera asesinado —Ernest Lluch, Tomás y Valiente—. Se denigra como optimistas o ingenuos a quienes exponen las ideas de este artículo. En realidad, son utópicos quienes piensan que una banda puede desafiar hoy al Estado sin infiltrarse en sus jerarquías, y el escepticismo consiste en negar esa hipótesis. La valoración más ajustada del siempre penúltimo comunicado vuelve a firmarla Duran i Lleida: «Es importante pero no definitivo». El Estado puede dictar la forma en que ETA desaparezca, pero le interesa que la extinción sea visible.

Se llegará al punto final cuando ETA no sea portada, y sirva únicamente para ganar premios literarios que no tendremos por qué leer.