Los sociólogos insisten en la necesidad de poseer un relato para hacer cualquier cosa de provecho. Una generación sin relato, por ejemplo, es una generación inhábil para la cosa pública. Y es que los programas políticos pertenecen más al género de la ficción que al del ensayo. Todo lo que rodea a la política guarda más relación con el discurso novelesco que con el científico. Si usted va a un mitin, por ejemplo, va a que le cuenten un cuento, no a que le hagan una demostración. De hecho, si le hacen una demostración, saldrá decepcionado. Seamos conscientes de ello o no, concebimos la vida como un relato, como una construcción narrativa, porque ello nos produce sensación de sentido. No ha habido a lo largo de la historia ninguna novela de éxito que no consistiera en la producción de sentido (aunque no necesariamente de sentido común). La propia enfermedad, y su cura, son un relato. Vaya usted al ambulatorio de su barrio y pregunte qué le pasa al primer enfermo con el que se tropiece. Le contará un cuento. No hay nada más apasionante que seguir el rastro de una enfermedad: dónde empezó el dolor, qué estaba haciendo uno cuando lo sintió por primera vez, cómo lo que parecía una neuralgia se transformó enseguida en una malestar estomacal, etc. Lean, si no lo han hecho ya, La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, un historial clínico genial que (¿casualmente?) es una novela.

No hay vida sin relato, en fin. A veces, una vida contiene varios porque el protagonista cambia de caballo en mitad de la carrera. Es lo que acaba de hacer Álvarez Cascos. Siendo apasionante la telenovela de carácter costumbrista que venía protagonizando hasta el momento, lo bueno comienza ahora, convertido en el personaje noqueado de una historia de outsiders. Para este último género hay que tener más talento narrativo que para el primero, pero Cascos sale con algunas ventajas (su cara de boxeador sonado, su carácter imprevisible, su capacidad autodestructiva).

Se agradece que en un panorama político donde todo era sota, caballo y rey, alguien haya introducido un giro narrativo de este calibre. Si logra escribir el segundo capítulo (el más difícil) tenemos garantizada una buena historia. Ánimo.