Hoy, perdónenme, por favor, la inmodestia. El pasado día 6 de diciembre, San Nicolás de Bari, se cumplieron cuarenta años de la apertura e inauguración de la Galería Zero, de Murcia. Se abrió con una exposición colectiva de artistas murcianos, vivos entonces, y en su homenaje. La portada del modesto catálogo fue un dibujo de José María Párraga, una versión de la plaza de Hernández Amores —popularmente de la Cruz— donde se ubicaba, en el número 4. Era un primer piso hermoso, amplio, con los techos altos y tres ventanales a la plaza; desde ella se podían ver algunas de las obras colgadas. Ideal para lo que queríamos y de alquiler asumible.

Tuvo actividad durante veinticinco años y nació al amparo de la amistad con los artistas murcianos de la generación de la post-guerra: Molina Sánchez, Andrés Conejo, Muñoz Barberán y, especialmente, Mariano Ballester. El nombre de la aventurada empresa, Zero, fue idea de Eugenio Martínez Pérez, periodista asturiano por entonces director del diario Línea y perteneciente a la vieja tertulia del Café-Bar Santos. «Zero significa nacer de la nada, de un poso de palabras en la tertulia del café». Su orientación, desde el principio era más altruista que comercial; se planteaba como una ayuda a los artistas con el objetivo de creer afición al coleccionismo entre los murcianos. Fue la primera galería de arte de la Región con dedicación exclusiva en mostrar la obra de artistas murcianos y de otras procedencias, con la Escuela de Madrid y Vallecas, con preferencia.

Con la iniciativa, nacida con bastante amor al arte, llegó la profunda amistad con otros artistas para los que creo, sinceramente, que el proyecto Zero les fue fundamental. Pronto llegó la obra y el espíritu, la fraternidad, del pintor Gómez Cano; la vigencia de Medina Bardón; la recuperación de Aurelio; la maravilla de Párraga; el nacimiento y renacimiento de una generación nueva: de Pedro Cano se colgó la primera exposición, Imágenes de vida y muerte en el 73, un sorprendente acontecimiento. Me enorgullece comprobar, pasado tanto tiempo, que en los historiales artísticos de casi la totalidad de los artistas murcianos de todo un siglo, figura el nombre de Zero. Se utilizaron los locales de la galería para proyecciones fílmicas y audiovisuales; se presentaron las primeras muestras de fotografía; se recuperaron, con antológicas, figuras en el olvido, con la de Bonafé a la cabeza. Se publicaron libros de grabados (Ediciones El Arca) y se dio a conocer la estampación.

En 1986, la Asociación de la Prensa nos concedió el Laurel de Murcia a las Bellas Artes, recompensa que nos llenó de satisfacción. Cuarenta años y, a veces, confieso nostalgia de la esforzada aventura; de las pocas cosas que repetiría si volviera a nacer.