Para Teresita Luengo, por los flamenquísimos pellizcos de su prosa

Como de todo cuanto ocurre, me enteré días pasados por vía publicitaria, de que por la módica cantidad de 9.000 euros, un amante de la caza, que lo soy —y del toreo pese a quien pese— con ganas de pasar en pareja (!) unos días en el campo, puede disfrutar de un fin de semana de lo más completo (admiraciones mías).

Sin pérdida de tiempo, pues, y tras haber dejado a cero mis ahorros de cuando fui —dijeron— agente de la Unión Soviética infiltrado en los sindicatos franquistas, me personé en la sede de la agencia pagana 1 del anuncio para que se me informara de algunos puntos del texto en letra pequeña de su recuadro; sobre todo de la que se refería la expresión «en pareja». Quise saber edad, contorno pectoral, de cadera y vientre, color de pelo, habilidades y disposición de la interfecta/o.

La cuatro ojos que me atendió —muy standard ella— tras haber medido de pies a cabeza con sus ojos de cegata mi triste figura de casi nonagenario y haber dejado escapar una ruidosa carcajada, me informó de que lo de dicho renglón corría de mi cuenta. Y, a mayor inri, me preguntó con cierta sorna, y creo que textualmente: «¿Y para qué la quiere usted, abuelito?»... «Para contarle mi vida y lo que se tercie», repliqué creo que también textualmente. Pero lo de abuelito me cayó naturalmente como una patada evomoraliana en las haches de la entrepierna. Y para tratar de salir de forma más o menos airosa del ridículo en que empezaba a ser consciente que estaba cayendo, quise salir dando un portazo; pero me enredé con la puerta giratoria, y a punto estuve de ir a romperme las narices contra el quiosco de un expendedor de cupones de la ONCE y otras loterías.

Fue el precio que tuve que pagar por enterarme de una vez por todas de en qué consiste el fraude llamado publicidad engañosa. Lo que no empece para reconocer cierta genialidad al autor del anuncio. Pues lo de ´en pareja´ resulta de lo más sugerente.

Pagar por abuso de otros.