Que la historia se repite parece una afirmación difícil de cuestionar si miramos atrás, es decir, justamente a la Historia. La Historia, en su intermitente sucesión de guerras, no es sino la repetición de una misma violencia, una violencia que traza un triste panorama de barbarie tan consistente que casi no nos permite predecir un futuro mucho mejor. Cierto que en el jardín de Europa hemos vivido en una especie de burbuja que nos ha llevado a creer que habíamos entrado definitivamente en una era irreversible de civilización; creencia que nos permitía afirmar con aplastante tranquilidad que los bárbaros eran otros. Nada perturbaba nuestra tranquilidad mientras pudiéramos contemplar a los bárbaros en la lejanía y mientras éramos nosotros los que nos traíamos a los bárbaros domesticados que nuestros intereses demandaban. Los problemas aparecieron cuando los bárbaros empezaron a llegar por su cuenta y se metieron, sin que nadie los llamara, en nuestro tranquilo y bien cuidado jardín. Incluso parece que algunos se han dado cuenta ahora de que con la ampliación del jardín se nos han incorporado bárbaros autóctonos. Qué hacer con ellos es uno de los grandes retos a los que se enfrentan nuestros estadistas.

La repatriación masiva es la gran solución para esa inmigración excedente sin derechos, pero, ¿qué hacer con los ciudadanos europeos que gozan del derecho de libre circulación? Primero Berlusconi y después Sarkozy han demostrado que el César está por encima de la ley. Primero fue Berlusconi quien expulsó a los gitanos de Italia; después ha sido Sarkozy quien ha expulsado a los gitanos de Francia. Ambos saben o deberían saber que actúan contra la ley, pero ambos saben que esa ley es papel mojado, porque sus Estados son soberanos y pueden aducir, en fraude legal, razones de orden público o de seguridad y salud públicas.

Por razones de orden público o de salud y seguridad las leyes europeas permiten, siempre con las garantías procesales necesarias, la limitación del derecho de entrada y residencia, así como la expulsión de un ciudadano de la UE que constituya una amenaza social real y grave. La ley habla de un ciudadano y en ningún caso es aplicable a grupos étnicos como está ocurriendo en el caso de los gitanos. El desmantelamiento de campamentos y las expulsiones de gitanos son, sin paliativos, actos xenófobos que repiten la historia reciente de Europa. Parece como si hubiésemos olvidado que en el jardín europeo, el siglo pasado fueron expulsados y gaseados millones de ciudadanos simplemente por su origen étnico; que también los gitanos, y no sólo los judíos, sufrieron los efectos de una macabra operación de «saneamiento».

La historia se repite, vuelven los mismos fantasmas y los «saneadores» se reencarnan en nuevos líderes. ¿Qué hacen los demás? Les dan cordiales palmadas en la espalda para demostrarles su apoyo a pesar de que en algún momento se vean obligados, porque parece que aún hay que mantener ciertas formas, a emitir alguna crítica velada. Faltó muy poco para que nuestros líderes sacaran a hombros a un Sarkozy que había sido «insultado» por la vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding. Como la política se ha convertido en el arte de encontrar desvíos por los que escapar de los problemas, nuestros brillantes líderes hallaron en las declaraciones de Reding el desvío perfecto y todos a una defendieron a Sarkozy y atacaron a quien, cargada de razón, había declarado sentirse «horrorizada» «por la impresión de que la gente es expulsada de un Estado miembro de la UE sólo porque pertenece a cierta minoría étnica. Esta es una situación de la que pensé que Europa nunca volvería a ser testigo después de la Segunda Guerra Mundial».

Nuestros ultrademócratas líderes se horrorizaron, a su vez, ante el horror de tal comparación. Sin embargo, aunque nuestros líderes simulen horrorizarse ante la justa comparación, saben que es cierta, lo saben tanto como saben que, en estos momentos, para mantenerse en el poder y no ser devorados por la serpiente ultraderechista, deben ellos dar un paso atrás y adoptar los posicionamientos xenófobos y racistas propios de la ultraderecha. La historia se repite; con otros nombres, con otros collares, vuelven los mismos perros.