Aquel niño, Federico, sería más tarde Fellini, mundial cineasta. Y en su primera infancia, una vez, asomado a su ventana, vio cómo se hinchaba una lona. Era la lona de la carpa circense. El mundo de los ´clowns´ le fascinó y le atemorizó; el mundo –él lo tiene dicho- de «esas figuras aberrantes y grotescas». Y ese mundo habría de obsesionarle de por vida. Cuando a un artista le obsesiona algo, para que deje de atenazarle, lo mejor es convertirlo en obra de arte, empleando para ello el instrumento de su uso. El de Fellini fueron las cámaras.

Nunca jamás abandonó el circo a Fellini, y supo todo de él, sin pararse a determinar cómo había llegado a saberlo. El espectáculo, su olor, sus gentes, sus glorias y sus miserias. Y, sobre todo, lo concernientes a los ´clowns´. Por eso aquella película ´Los clowns´. Para nosotros también son los «payasos»; el serio, el tonto y el listo; el nostálgico o el llorón.

Chazal escribió que «aquel niño maravilloso fue el realizador de esta obra fílmica sobre la aparente agonía del circo». Es una frase buena y justa. En la fantasía del circo cayeron de bruces desde Chaplin a Picasso, entendiendo las luces como preámbulo barroco y mágico de todo lo lírico que el circo representa; sin olvidar a la muerte, siempre presente en la dura vida de los integrantes de esta aventura, llamémosle, felliniana.

Es el reverso de la carpa, ese reverso reflejado en un espejo. Y la muerte del ´clown´ bajo ella, la muerte en su rincón, tras tanta risa y tanta pirueta. Un fantasma que siempre anda suelto por los cables y los trapecios, por las jaulas de las fieras y las varitas mágicas.

Contar con detalle ´Los Clowns´, de Federico Fellini, nos llevaría mucho espacio, aunque contarlo al detalle acaso fuese el mejor recuerdo, abandonando una crítica imposible, incluso la más eficaz; remembranza que esconde el más encendido elogio.

Digamos pues, solamente: se trata de una muy hermosa, imprescindible, película, muy original y profundamente humana. ´Clowns´ archifamosos aparecen, y entre ellos, nuestro querido –que fue- Charlie Rivel. Pero eso es lo de menos. Eso es el documento que se mete en los entresijos del celuloide. Lo demás es la belleza. La belleza de una obra verdaderamente excepcional. Y Fellini un maestro de ella y su lenguaje más universal.