Los políticos hablan, los líderes actúan". Así rezaba el mensaje de la pancarta que portaba el director de Greenpeace España, Juan López de Uralde, cuando fue detenido tras colarse en la cena de gala que la reina de Dinamarca ofrecía a los presidentes de los países participantes en la Cumbre de Copenhague. Sin embargo, mientras que los representantes de la mayor parte de la humanidad volvieron tranquilamente a sus confortables palacios presidenciales con el estómago lleno sin haber sido capaces de llegar a un acuerdo vinculante para limitar los efectos del cambio climático, tanto López de Uralde, como los otros tres activistas que le acompañaban, pasaron tres semanas incomunicados en prisión, hasta el pasado miércoles.

Es decir, tras esta cumbre no sólo el planeta sigue expuesto a los peligros a los que ya se enfrentaba antes de su celebración, sino que además han sido tratados como delincuentes -ahora pendientes de un juicio cuyo resultado podrían ser hasta penas de cárcel- algunos de los que quisieron denunciar la ineptitud de los que no han hecho nada por evitarlo.

Por otro lado, en las calles de Copenhague, como todo el mundo sabe parte de la democrática y abierta Europa, la Policía tenía permiso para detener sin necesidad de provocación a toda persona que se le antojara y que formara parte de una manifestación. Terminamos 2009 con una cumbre a puerta cerrada, sin la necesaria presencia de periodistas y miembros de organizaciones no gubernamentales. Una cumbre blindada en el corazón de esa Europa que se vanagloria, junto a Estados Unidos, de ser la cuna de los derechos civiles, pero que una vez más ha vuelto a ofrecernos un espectáculo bochornoso, como ya hiciera hace años en las reuniones del G-8 en Génova.

Representado por el último y flamante premio Nobel de la Paz, el 'amigo americano' no desempeñó un papel mejor. Después de recibir el correspondiente millón de euros -la cuantía del galardón- defendiendo la guerra y tras enviar a miles de soldados a combatir en Afganistán, Obama, que según la Academia Sueca era también merecedor de la distinción por su labor en la lucha contra el cambio climático, no hizo otra cosa que evitar un compromiso real en el recorte de emisiones.

Casi a la vez que el año, terminaba así otra cumbre sin resultados, de la que se sospecha que las ayudas a los países en desarrollo, lejos de buscar el uso de fuentes de energía alternativas, van encaminadas a comprar silencios para que las grandes potencias -presentes y futuras- continúen contaminando impunemente aún en detrimento del bienestar de las generaciones venideras.

Una vez más la sociedad civil permaneció amordazada. Una vez más el derecho de manifestación topó con la presencia de los líderes mundiales. En un mundo en el que las cuatro principales multinacionales generan más riqueza que todo el continente africano ¿a quiénes representarán estos señores trajeados que cada cierto tiempo deciden reunirse en algún lugar del globo?

Es más ¿para qué nos han servido los exorbitados beneficios de estas grandes empresas en los años de bonanza económica? Sólo hay que mirar alrededor, aquí mismo, en Murcia. En la última década no han mejorado ni la educación, ni la sanidad, ni el transporte público. Sin embargo, sí ha aumentado de manera espectacular el número de coches de lujo en nuestras calles y las ciudades están literalmente rodeadas de grandes superficies.

Así no es de extrañar que las emisiones de CO2, el principal gas causante del cambio climático, se duplicaran en la Región entre 1990 y 2007, según un informe de CC OO. Y lo mejor es que hay gente que nunca pierde, las consecuencias del efecto invernadero la sufrirán sobre todo los más pobres -total, ni siquiera son consumidores, pensarán algunos- pero incluso en plena crisis económica las diez principales fortunas españolas se han incrementado un 27%, al igual que las desigualdades económicas en todo el mundo, según datos de Bloomberg.

Que una civilización ignore el riesgo que corre no es una historia nueva, probablemente porque no hay nada más humano que tropezar dos veces con la misma piedra. El eterno ejemplo en ecología es el siguiente: cuando los holandeses llegaron a la Isla de Pascua en 1722 se encontraron con un apacible pueblo que vivía de la agricultura. Sólo 48 años más tarde una expedición española descubrió allí gentes desnudas que habitaban en cavernas, mientras que la siguiente expedición que terminó en aquel desconocido rincón del Pacífico se topó con unos pocos millares de indígenas caníbales que peleaban entre sí. Era el ocaso de una civilización aislada que, tras desarrollar una cultura compleja, no había sabido evitar el agotamiento de sus recursos naturales y finalmente el colapso.

Y no han sido los únicos. En la obra del evolucionista Jared Diamond -titulada precisamente así, Colapso- también se citan a los mayas del Yucatán y a los vikingos de Groenlandia, civilizaciones que acabaron en un suicidio colectivo como resultado de la intensificación de la competencia por los recursos.

Quién sabe, quizá en aquellas situaciones también fueran castigados aquellos que vaticinaban el desastre, como ahora lo son Uralde y sus compañeros de Greenpeace.

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